martes, 10 de marzo de 2015

LOS MONSTRUOS DEL CAPITALISMO

A pesar de que el título pueda conducir a equívocos, este post no va a relatar la vida y milagros de los apóstoles del capitalismo liberal y neoliberal Adam Smith, Hayek, y Von Misses. Tampoco versa sobre Marx, Engels, Lenin, Stalin ni Mao, las cinco espadas del comunismo,  enemigos acérrimos del capitalismo y de los anteriormente citados. Simplemente se trata de una lectura en clave antropológica de algunas de las consecuencias que se derivaron de la implantación del capitalismo en las sociedades coloniales.
La gran expansión capitalista acontecida a lo largo de los siglos XIX y XX  tuvo una doble vertiente. Por un lado, causó un total e irrefrenable avance del Estado en las sociedades europeas. Por otro lado, el Imperialismo colonial, supuso la implantación de los modos capitalistas en las sociedades primitivas de Asia, África, Oriente y Latinoamérica, muchas de las cuales desconocían forma alguna de Estado. Este doble avance, del Estado y del modo de producción capitalista, provocó la destrucción de las sociedades tradicionales campesinas y de su modo de vida. La introducción del capitalismo en sociedades comunitarias, que habían permanecido ajenas a él, supuso una transformación de las relaciones sociales y un complejo choque cultural que afectaría a múltiples esferas, consolidando una esquizofrenia identitaria de la que aún no se han recuperado. Las  áreas afectadas por la irrupción del  capitalismo serían múltiples, no sólo la socioeconómica. El colonialismo y sus imposiciones transformarían también sus esferas simbólica, moral y religiosa. 
De entrada, las potencias imperialistas en el África aplicaron en sus colonias una forma de gobierno étnico-racista. A la separación vertical entre razas añadieron una diferenciación horizontal étnica, apoyándose en aquellas que resultaban menos conflictivas y asimilables (buen salvaje) en detrimento de aquellas otras más conflictivas (salvajes inasimilables). Por si fuera poco, se crearon distintas esferas legales. Los europeos se regirían por el derecho de la legislación metropolitana, mientras que los nativos estarían subordinados a las costumbres y tradiciones de su etnia. Para ello, se aumentó el poder de los jefes tribales, sobre los que se apoyarían para gobernar los distritos étnicos creados. En lugar de ceder el poder a las élites nativas ilustradas se optó por conceder un poder despótico a los jefes tribales Éste refuerzo de la  categorización étnica, causa del tribalismo, la acumulación de poder en manos de los jefes tribales y la creación de diferentes esferas legales tendría gravísimas repercusiones tras la descolonización y será la principal causa de muchos de los conflictos postcoloniales.
La segunda consecuencia de la implantación forzada del capitalismo colonial en las sociedades campesinas está relacionada con su impacto en la esfera económica y también tendría importantes implicaciones sociales, sobre todo un aumento de la desigualdad en las homogéneas e igualitarias sociedades comunales. Porque, el paulatino asentamiento capitalista dio lugar a la aparición de una élite nativa que acumulaba recursos y vivía alejada tanto de las zonas rurales, como de las obligaciones familiares y comunitarias.
En las colonias, las regiones agrícolas solían caracterizarse por una división de trabajo genérica, ocupándose los hombres de preparar los campos y las mujeres de la cosecha y recolección. Pero la imperante necesidad de las empresas asociadas a las potencias imperiales de mano de obra para explotar plantaciones, minas y otras industrias extractivas supuso recurrir al trabajo forzado nativo. Ante esta perspectiva, los hombres eran obligados a abandonar sus labores agrícolas para trabajar en estas explotaciones, siendo las mujeres  incapaces de compaginar sus labores domésticas con las de preparación de los campos, siembra y recolección. Todo esto provocaba terribles hambrunas que diezmaban a la población nativa

El  trabajo forzado, cuando no se trataba de pura y dura esclavitud, era compensado por unos escasos salarios que tuvieron importantes implicaciones sociales, transformando de manera decisiva la relación de los nativos con el dinero. El tradicional uso del dinero en las comunidades nativas tenía asignado un empleo limitado, específico, asociado a una especie de jerarquía social interna. Por tanto, el dinero no era considerado como un medio de cambio universal, vinculado al valor de las mercancías y al trabajo. Su uso era más simbólico, relacionado con un sistema de valores y responsabilidades que giraba en torno a las actividades de compra/venta, prestigio y derecho comunal.
El salario monetario introducido por los europeos supuso el fin de algunas de las hasta entonces obligaciones tradicionales de reparto de alimentos, la desaparición del pago de deudas de honor y, en definitiva, el fin del cumplimiento con los derechos y obligaciones comunitarios. Además, el dinero europeo inmediatamente se asoció  al obligatorio pago de impuestos, por lo que terminaría definiendo las relaciones entre nativos, europeos y Estado.

Además, el avance del Estado capitalista colonial solía ir acompañado de una intensa labor evangelizadora por parte de misioneros que pretendían acercar a los nativos a la fe verdadera, alejándoles de su inmoral y salvaje paganismo. Otro nuevo choque cultural, esta vez en el ámbito simbólico y religioso.
Por último, el capitalismo supuso una mayor incertidumbre vital a causa del desarraigo y la exclusión que trajo consigo la voladura y reconfiguración de las relaciones sociales en las sociedades coloniales. En este contexto de destrucción y reconfiguración de las relaciones sociales, la reacción de las sociedades tradicionales, amenazada su esencia  a medida que se imponía el capitalismo, fue la construcción de un universo simbólico con el que exorcitar sus miedos. Surge así una mitología  construida en torno a leyendas sobre brujería, vampirismo y otros seres monstruosos. Por toda África corrieron como la pólvora leyendas de vampirismo por parte de misioneros que se alimentaban de carne y sangre, siendo los niños sus víctimas favoritas. También se sucedían los rumores de prácticas de brujería a cargo de los nuevos ricos que, a través de hechizos, lograban acaparar poder y conseguir mano de obra dócil.  

Las leyendas africanas de vampirismo se asentaban en torno al simbolismo que acompañaba a la ceremonia religiosa católica, basada en la transubstanciación eucarística de la carne y la sangre de Cristo. Los nativos otorgaban propiedades mágicas a los sacerdotes. A esto hay que unir una política de segregación colonial que les impedía acudir a los ritos y una labor misionera de proselitismo centrada en niños y jóvenes. El choque cultural, principalmente en torno al poder de la sangre (tabú), unido al cóctel de desconocimiento y secretismo germinaba en acusaciones de vampirismo que recaían sobre los misioneros.
Pero los rumores de brujería no sólo aparecían en África. En las colonias antillanas como Haití, con mayoría de esclavos africanos, también eran muy populares. En ellas se forjó el mito del zombie, asociado al trabajo esclavo en las plantaciones. Plantaciones en las que hombres alienados, sin voluntad, eran lanzados a un trabajo infame que reducía su condición humana a la de meros animales. 
Es decir, el trabajo esclavo les alejaba de su condición de sujetos autónomos, eran meras propiedades sin capacidad de decisión.
Esta legendaria mitología no se limita únicamente al contexto de las lejanas colonias europeas de Asia, África y el Caribe. También en el seno de las propias potencias imperiales se gestan mitos sobre seres monstruosos vinculados al avance del mercado capitalista. Sin ir más lejos, las dos novelas góticas más importantes de la literatura británica, Drácula y Frankenstein, ven la luz durante la conflictiva etapa de la Revolución Industrial. La primera, de la mano de Bram Stoker, resucitando un viejo mito del folklore centroeuropeo. Mientras que Frankenstein o el moderno Prometeo surge de la mente de Mary Shelley y no es más que el reflejo de algunos de los miedos que causó la convulsa industrialización británica.  
La Revolución  Industrial supuso una industrialización forzada de le economía británica en detrimento del sector agrícola. La necesidad fabril de mano obra fue satisfecha  acabando con la propiedad comunal campesina. Este desmantelamiento forzado de las tierras comunales causó la destrucción de la forma de vida campesina tradicional y dio lugar a un enorme éxodo urbano del campesino.

La proletarización del campesinado provocó un aumento de la pobreza y una instantánea pauperización de sus condiciones de vida. Fue una época turbulenta, con muchas revueltas campesinas ahogadas en sangre y con numerosas ejecuciones a causa de las “Leyes de Pobres” surgidas para la defensa de la propiedad. Una propiedad que ahora era privada y estaba en manos de la aristocracia terrateniente, pero que hasta hacía muy poco pertenecía a la comunidad campesina. Muchos de los cuerpos de los ejecutados eran entregados a la ciencia, para sus investigaciones científicas, hecho que exacerbaba aún más la rabia campesina.
Este era el caldo de cultivo social en el que se basó Mary Shelley para la creación del monstruo del Doctor Frankenstein, compuesto de cadáveres de ajusticiados. También recrea ésta época histórica el cuento de terror El ladrón de cadáveres, obra de Stevenson llevada al cine por Robert Wise. Curiosamente también protagonizada, al igual que Frankenstein, por el gran Boris Karloff.

Estos relatos míticos de brujos, vampiros y monstruos surgen en medio del  enorme choque cultural provocado por las transformaciones sociales aparejadas a la economía capitalista y no son nada más que una expresión del viejo enfrentamiento entre modernidad y tradición. 
En definitiva, estos ejemplos sirven para demostrar que las leyendas y rumores sobre monstruos surgen en los entornos campesinos como una reacción ante el avance del capitalismo y de una concepción económica basada en el intercambio, la búsqueda del beneficio y la acumulación. Una visión de la economía que entra en conflicto directo con la del mundo campesino, en el que las relaciones económicas, construídas alrededor de la producción y el consumo de subsistencia, permanecen subordinadas a las obligaciones sociales.





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