Portugal,
desde la perspectiva española, siempre ha sido observado con cierto aire de
superioridad, con lo que quedaría explicado el sentido de la frase con la que
se inicia este post. Portugal era la Albania atlántica, el país más
subdesarrollado de la Europa occidental. Así lo considerábamos los
españolitos con la arrogancia del ignorante. Nosotros somos pobres, pero ellos
aún más pobres. Sí, los portugueses eran pobres. Pobres pero dignos, por lo
menos se permitieron el lujo de derribar a la dictadura y no dejaron que
muriera en la cama…En
definitiva, a grandes rasgos para los españoles Portugal eran las tres efes que
propulsó el salazarismo: Fado, Fútbol y Fátima… más toallas y mujeres con
bigote.
La
relación entre alistanos y nuestros iguales al otro lado de la Raia, los
trasmontanos, ha sido siempre algo compleja y también se ha sustentado en esa
terrible mezcla de desconocimiento y superioridad. He de reconocer que personalmente
siento una gran simpatía por Portugal y
sus gentes. Además, trasmontanos y alistanos tenemos una cultura y un carácter
muy similar, forjado a base del aislamiento respecto a la modernidad y los
centros de poder. Antes
de la ampliación de la UE al Este de Europa, la zona fronteriza que separa a
España y Portugal, la Raia, era la región de la Eurozona más pobre y atrasada. Compartimos
los mismos problemas fruto de ese secular aislamiento como la escasez y
debilidad de las redes socioeconómicas, el envejecimiento poblacional, el
alejamiento de los polos industriales y un irrefrenable despoblamiento fruto de
la emigración interior y exterior. Sin embargo, compartir cultura, medio, tradiciones
y dificultades no ha hecho que conozcamos mejor a nuestros vecinos. Para
nosotros Portugal era Trás os Montes y la idea que teníamos de Portugal eran un
montón de estereotipos y prejuicios mezclados sin ton ni son. ¡¡¡Maldito efecto
frontera!!! En nuestro
imaginario Portugal eran romerías, relojes purreleros, cacahuetes, calcetines y
toallas, pin´s del Oporto, gorras del Benfica y llaveros del Sporting, Sumol en
lugar de Fanta, cubatas matadores, hombres y mujeres con bigote, pastores
alcoholizados y pastores de gatillo fácil, cerveza buena y barata, las mejores
bombas y los mejores lanzadores de bombas, conductores suicidas, carrinhas,
forçados y vinho verde...Eso era Portugal.
En Aliste
que te llamaran portugués era una grave ofensa, un terrible desprecio, algo así
como que te llamen negro en Alabama o gitano en Andalucía. Conlleva multitud de
connotaciones negativas sustentadas en un prejuicio racial. Aunque en este
caso, las connotaciones negativas estaban sustentadas en un absurdo complejo de
superioridad nacional-chauvinista. Para mucha gente los
portugueses eran perros, sucios, vagos, analfabetos, traidores y
ladrones…Además de bastante chapuceros, un peligro al volante y fanáticos religiosos.
El primer
portugués que conocí creo que fue Yceda. No era un portugués, era una
caricatura de lo que yo pensaba, con mi tierna imaginación infantil, que
debía ser y tener un portugués para ser considerado como tal: bigote, gorra,
borrachín…Así iba construyendo mi concepto de Portugal y los portugueses,
basándome en caricaturas, prejuicios y estereotipos socialmente arraigados que
no tenían ningún fundamento.
Pero con
el tiempo, comprendí que Portugal también era ese conjunto de luces que, al
caer la noche, se adivinaban en el horizonte, el café Palmeira torrefacto de los
desayunos y el chándal de táctel del Parador que llevabas a gimnasia. También Portugal
eran las ruinas del Castillo de Outeiro y las primeras zapatillas de marca
compradas en Miranda, el paraíso de las falsificaciones. Portugal eran azulejos, mascaradas,
castañas, aguardiente, bifana, ginginha y aceite de contrabando. Por supuesto,
Portugal era bacalao cocinado de mil formas distintas y sobremesas regadas con Mateus
Rosé y Porto. Portugal también estaba en las curvas y barrancos de la vieja
carretera a Bragança, en los karts y en el Ricard, en Rádio Brigantia, la
cidadela, el Pelourinho y el Domus Municipalis, en las mejores piscinas de la
zona llenas de veraneantes de Francia y Suiza y en unos fuegos artificiales
mucho mejores que los de las fiestas de Zamora.
Portugal
era poner la TV en este lado de la frontera y encontrarte que tenías a tu
disposición más canales de televisión portugueses que españoles. No veíamos ni A3, ni
el Plus, ni Tele5. En algunas casas ni La 2, a cambio disfrutábamos de la RTP1,
RTP2, la SIC y la TVi. Veíamos Portugal Radical, Agora Escolha y el Jornal da Noite, también películas y
series americanas subtituladas, que yo creía que eso era de país pobre pero
realmente es de país inteligente, preocupado por el aprendizaje de idiomas de su ciudadanía... Encendías la radio y pasaba lo mismo, RNE y el resto del dial
emisoras portuguesas. Eso te hacía sentir más portugués.
Antes de
la explosión CR7, Portugal futbolísticamente hablando eran Figo y Rui Costa y
mucho antes el gran Paulo Futre, que tenía mucha más pinta de portugués que
todos los anteriores. Pero en mi memoria futbolística los portugueses no
permanecerán como vanidosos metrosexuales de pelo engominado. En mi recuerdo, los
portugueses siempre serán duros, aguerridos, ágiles y veloces, con la piel
morena y el pelo ensortijado. Con más aspecto de magrebíes que de europeos. Como
Tó, aquel extremo que la rompía con el once a la espalda en ese legendario equipo
de Trabazos de los torneos que era como el Madrid de los galácticos pero con
cinco extranjeros, todos portugueses.
También mi recuerdo de Portugal está conformado con el amable recuerdo de unas fuerzas de seguridad cuyo nombre provoca más que temor
risa, los Guardinhas. Realmente son la Guarda Nacional Republicana, el
equivalente luso de nuestra querida Guardia Civil, pero con ese nombre no
infundían ningún respeto y menos a los españoles, acostumbrados como estaban al ancestral pánico que infundía la Benemérita con solo citar su nombre.
Portugal
era religiosidad, cierto, pero siempre con un toque de bizarrismo que la hacía
mucho más agradable que nuestra recia religiosidad castellana
Nacionalcatolicista. Sin ir más lejos Fátima, la
mayor expresión de fe portuguesa, es un evidente encuentro con OVNI´s camuflado
por la Iglesia como aparición mariana. La Virgen de Fátima realmente era un
alienígena que llegó en su nave espacial (el baile del sol) y que contactó con
unos jóvenes pastorcillos del mísero interior de Portugal. Lo que pasa es que
Portugal estaba perdiendo la fe a marchas forzadas, la Iglesia necesitaba algo
para reenganchar al pueblo y como la ignorancia todo lo convertía en apariciones
de santos, fue bastante fácil manipular el encuentro en la tercera fase hasta
convertirlo en milagro. Esto no lo digo yo, lo dice alguien tan serio y
respetable como el profesor Jiménez del Oso.
Y según
contaba mi abuela, el milagro de San Bartolo era que lo habían tirado al río y
no se le había apagado el cigarro que se estaba fumando. Joder, y sólo con eso
lo hicieron santo…¡Cómo molan los
portugueses! Además está el Santo da viola, que para mí siempre fue el primer
rockero del santoral y que encima es el patrón de la juventud de Quintanilha.
Definitivamente, ¡cómo molan los portugueses!...
Además para mí, la religiosidad portuguesa siempre conllevaba comercio, algo que se conoce como
romería: la Riberinha, la Luz, San Bartolo y el Nazo. En mi recuerdo olfativo, porque
la memoria también tiene olfato, la fe portuguesa es una mezcla de olores: cera,
vitela asada, sardinas, Sagres y Super Book. Además, en una romería tuve mi
primer contacto visual con alguien de otra raza, con un negro, porque Portugal
era multicultural mucho antes que España.
Portugal
también permanece en mi memoria asociado a Campo de Víboras y su mítica juerga,
a las pizzas, el karaoke y el Triple X de Viminoso, al Rock No Río y las
fiestas del puente, que hermanaban a habitantes de un lado y otro de la
frontera en la misma frontera. También es Portugal el Boîte Bruxa, el
Monte Lomeu, el Bar Barbas y como no, el Discorral y el mítico Pitinha de
Xico.
La memoria
también es musical, y para mí Portugal era Rock&Roll todavía peor que el
español y verbenas amenizadas por una curiosa mezcla de ritmos brasileños y
anglosajones. Pero sobre todo, mi memoria sonora de la verbena portuguesa está
construida a través de la música Pimba, la profunda expresión musical del
pueblo que no se avergüenza de serlo. La música que alegra la existencia y pone a
bailar desaforadamente a los pensionistas amigos de la juerga y al
lumpenproletariado más ebrio. A viejos y jóvenes, a hombres y mujeres. Una base
de fondo + teclados y acordeones psicodélicos a todo meter + letras cargadas
de ambigüedad sexual y cachondeo…Y la peña dándolo todo, gozando como posesos
con las composiciones del padrino del género, Emanuel (Vamos a elas), coreando
las ingeniosas odas del gran maestro Quim Barreiros y disfrutando con las
ocurrencias de la inigualable Rosinha, el alter ego femenino del anteriomente citado genio musical.
Por
último, contra el tópico de que las portuguesas tienen bigote nosotros
construimos el mito de la mujer portuguesa. El río, allí nació y creció esa
mitificación de las rapazas portuguesas. Para nosotros estaban dotadas de una
extraña mezcla de sensualidad y ruralidad. Impagable ver bajar a las chicas al
río en bikini subidas a un tractor. ¡¡¡Existe algo más sexy!!! Las rapazas de
Quintanilha, Rita, Salomé, Paula, Esther y la Diabla, poseedoras de un exotismo
y belleza que desconocíamos y claro, idealizamos. Nos resultaban inalcanzables,
por la barrera idiomática y por el respeto que nos imponían la jauría de garotos
que las rondaba. Lindas y presumidas. Caracterizadas por el exceso de
maquillaje, la ceja fina y el gusto por la ropa ajustada. Un estilo algo barroco
que también arrasa en este lado de la frontera y que está muy en consonancia
con los cánones estéticos del Este de Europa. Debe ser cosa del subdesarrollo.
En fin, Portugal,
tan cerca y tan lejos. La frontera y los tópicos han hecho mucho daño, pero han
sido fomentados desde ambos lados de la península. Por un lado propulsados por
cierto aire de superioridad hispano, desde el lado luso fomentados ante el histórico
temor a verse ensombrecidos por la potencia económico-político-militar de su
compañero peninsular. Todo ello ha provocado que los dos países y
sus habitantes hayamos vivido mucho tiempo uno de espaldas al otro, como dos
hermanos enfrentados. Pero vivir
en la misma frontera y poder atravesarla te hace ver las cosas de otra manera…
¡¡¡Menos mal que nos queda Portugal!!!