A pesar de que el título pueda
conducir a equívocos, este post no va a relatar la vida y milagros de los
apóstoles del capitalismo liberal y neoliberal Adam Smith, Hayek, y Von Misses. Tampoco versa sobre Marx,
Engels, Lenin, Stalin ni Mao, las cinco espadas del comunismo, enemigos acérrimos del capitalismo y de los
anteriormente citados. Simplemente se trata de una lectura en clave antropológica de
algunas de las consecuencias que se derivaron de la implantación del
capitalismo en las sociedades coloniales.
La gran expansión capitalista
acontecida a lo largo de los siglos XIX y XX
tuvo una doble vertiente. Por un lado, causó un total e irrefrenable
avance del Estado en las sociedades europeas. Por otro lado, el Imperialismo
colonial, supuso la implantación de los modos capitalistas en las sociedades
primitivas de Asia, África, Oriente y Latinoamérica, muchas de las cuales
desconocían forma alguna de Estado. Este doble avance, del Estado y del modo de producción capitalista,
provocó la destrucción de las sociedades tradicionales campesinas y de su modo
de vida. La introducción del capitalismo en sociedades comunitarias, que habían
permanecido ajenas a él, supuso una transformación de las relaciones
sociales y un complejo choque cultural que afectaría a múltiples esferas, consolidando
una esquizofrenia identitaria de la que aún no se han recuperado. Las áreas afectadas por la irrupción del capitalismo serían múltiples, no sólo la
socioeconómica. El colonialismo y sus imposiciones transformarían también sus
esferas simbólica, moral y religiosa.
De entrada, las potencias
imperialistas en el África aplicaron en sus colonias una forma de gobierno
étnico-racista. A la separación vertical entre razas añadieron una
diferenciación horizontal étnica, apoyándose en aquellas que resultaban menos
conflictivas y asimilables (buen salvaje) en detrimento de aquellas otras más
conflictivas (salvajes inasimilables). Por si fuera poco, se crearon
distintas esferas legales. Los europeos se regirían por el derecho de la
legislación metropolitana, mientras que los nativos estarían subordinados a las
costumbres y tradiciones de su etnia. Para ello, se aumentó el poder de los
jefes tribales, sobre los que se apoyarían para gobernar los distritos étnicos
creados. En lugar de ceder el poder a las élites nativas ilustradas se optó por
conceder un poder despótico a los jefes tribales Éste refuerzo de la categorización étnica, causa del tribalismo,
la acumulación de poder en manos de los jefes tribales y la creación de
diferentes esferas legales tendría gravísimas repercusiones tras la
descolonización y será la principal causa de muchos de los conflictos postcoloniales.
La segunda consecuencia de la implantación
forzada del capitalismo colonial en las sociedades campesinas está relacionada
con su impacto en la esfera económica y también tendría importantes
implicaciones sociales, sobre todo un aumento de la desigualdad en las homogéneas
e igualitarias sociedades comunales. Porque, el paulatino asentamiento
capitalista dio lugar a la aparición de una élite nativa que acumulaba recursos
y vivía alejada tanto de las zonas rurales, como de las obligaciones familiares
y comunitarias.
En las colonias, las regiones
agrícolas solían caracterizarse por una división de trabajo genérica,
ocupándose los hombres de preparar los campos y las mujeres de la cosecha y
recolección. Pero la imperante necesidad de las empresas asociadas a las
potencias imperiales de mano de obra para explotar plantaciones, minas y otras
industrias extractivas supuso recurrir al trabajo forzado nativo. Ante esta
perspectiva, los hombres eran obligados a abandonar sus labores agrícolas para
trabajar en estas explotaciones, siendo las mujeres incapaces de compaginar sus labores
domésticas con las de preparación de los campos, siembra y recolección. Todo
esto provocaba terribles hambrunas que diezmaban a la población nativa
El
trabajo forzado, cuando no se trataba de pura y dura esclavitud, era
compensado por unos escasos salarios que tuvieron importantes implicaciones
sociales, transformando de manera decisiva la relación de los nativos con el
dinero. El tradicional uso del dinero en
las comunidades nativas tenía asignado un empleo limitado, específico, asociado
a una especie de jerarquía social interna. Por tanto, el dinero no era considerado como un medio de cambio universal,
vinculado al valor de las mercancías y al trabajo. Su uso era más simbólico,
relacionado con un sistema de valores y responsabilidades que giraba en torno a
las actividades de compra/venta, prestigio y derecho comunal.
El salario monetario introducido
por los europeos supuso el fin de algunas de las hasta entonces obligaciones
tradicionales de reparto de alimentos, la desaparición del pago de deudas de
honor y, en definitiva, el fin del cumplimiento con los derechos y obligaciones
comunitarios. Además, el dinero europeo inmediatamente se asoció al obligatorio pago de impuestos, por lo que terminaría
definiendo las relaciones entre nativos, europeos y Estado.
Además, el avance del Estado
capitalista colonial solía ir acompañado de una intensa labor evangelizadora
por parte de misioneros que pretendían acercar a los nativos a la fe verdadera,
alejándoles de su inmoral y salvaje paganismo. Otro nuevo choque cultural, esta
vez en el ámbito simbólico y religioso.
Por último, el capitalismo supuso
una mayor incertidumbre vital a causa del desarraigo y la exclusión que trajo
consigo la voladura y reconfiguración de las relaciones sociales en las sociedades
coloniales. En este contexto de destrucción y
reconfiguración de las relaciones sociales, la reacción de las sociedades tradicionales,
amenazada su esencia a medida que se
imponía el capitalismo, fue la construcción de un universo simbólico con el que
exorcitar sus miedos. Surge así una mitología construida en torno a leyendas sobre
brujería, vampirismo y otros seres monstruosos. Por toda África corrieron como
la pólvora leyendas de vampirismo por parte de misioneros que se alimentaban de
carne y sangre, siendo los niños sus víctimas favoritas. También se sucedían
los rumores de prácticas de brujería a cargo de los nuevos ricos que, a través de hechizos, lograban acaparar poder y conseguir mano de obra dócil.
Las leyendas africanas de vampirismo se
asentaban en torno al simbolismo que acompañaba a la ceremonia religiosa
católica, basada en la transubstanciación eucarística de la carne y la sangre
de Cristo. Los nativos otorgaban propiedades mágicas a los sacerdotes. A esto
hay que unir una política de segregación colonial que les impedía acudir a los
ritos y una labor misionera de proselitismo centrada en niños y jóvenes. El
choque cultural, principalmente en torno al poder de la sangre (tabú), unido al
cóctel de desconocimiento y secretismo germinaba en acusaciones de vampirismo
que recaían sobre los misioneros.
Pero los rumores de brujería no
sólo aparecían en África. En las colonias antillanas como Haití, con mayoría de
esclavos africanos, también eran muy populares. En ellas se forjó el mito del
zombie, asociado al trabajo esclavo en las plantaciones. Plantaciones en las
que hombres alienados, sin voluntad, eran lanzados a un trabajo infame que
reducía su condición humana a la de meros animales.
Es decir, el trabajo
esclavo les alejaba de su condición de sujetos autónomos, eran meras
propiedades sin capacidad de decisión.
Esta legendaria mitología no se limita
únicamente al contexto de las lejanas
colonias europeas de Asia, África y el Caribe. También en el seno de las propias
potencias imperiales se gestan mitos sobre seres monstruosos vinculados al
avance del mercado capitalista. Sin ir más lejos, las dos novelas góticas más
importantes de la literatura británica, Drácula y Frankenstein, ven la luz durante la
conflictiva etapa de la Revolución Industrial. La primera, de la mano de
Bram Stoker, resucitando un viejo mito
del folklore centroeuropeo. Mientras que Frankenstein o el moderno Prometeo surge de la mente de Mary Shelley y no es más que el reflejo
de algunos de los miedos que causó la convulsa industrialización británica.
La Revolución Industrial supuso una industrialización
forzada de le economía británica en detrimento del sector agrícola. La necesidad
fabril de mano obra fue satisfecha acabando
con la propiedad comunal campesina. Este desmantelamiento forzado de las tierras comunales causó la destrucción de la forma de vida campesina tradicional y dio lugar a un enorme éxodo urbano
del campesino.
La proletarización del campesinado
provocó un aumento de la pobreza y una instantánea pauperización de sus
condiciones de vida. Fue una época turbulenta, con muchas revueltas campesinas ahogadas
en sangre y con numerosas ejecuciones a causa de las “Leyes de Pobres” surgidas
para la defensa de la propiedad. Una propiedad que ahora era privada y estaba
en manos de la aristocracia terrateniente, pero que hasta hacía muy poco
pertenecía a la comunidad campesina. Muchos de los cuerpos de los ejecutados
eran entregados a la ciencia, para sus investigaciones científicas, hecho que
exacerbaba aún más la rabia campesina.
Este era el caldo de cultivo social
en el que se basó Mary Shelley para la creación del monstruo del Doctor
Frankenstein, compuesto de cadáveres de ajusticiados. También recrea ésta época
histórica el cuento de terror El ladrón de cadáveres, obra de Stevenson llevada
al cine por Robert Wise. Curiosamente también protagonizada, al igual que Frankenstein, por el gran Boris
Karloff.
Estos relatos míticos de brujos, vampiros y monstruos surgen en medio del enorme choque cultural
provocado por las transformaciones
sociales aparejadas a la economía capitalista y no son nada más que
una expresión del viejo enfrentamiento entre modernidad y tradición.
En definitiva, estos ejemplos
sirven para demostrar que las leyendas y rumores sobre monstruos surgen en
los entornos campesinos como una reacción
ante el avance del capitalismo y de una concepción económica basada en el
intercambio, la búsqueda del beneficio y la acumulación. Una visión de la economía que entra en conflicto directo
con la del mundo campesino, en el que las relaciones económicas, construídas alrededor de la producción y
el consumo de subsistencia, permanecen subordinadas a las obligaciones sociales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario