El verano ya está a la vuelta de la esquina. La época estival es un buen momento para leer. Mejor dicho, siempre es un buen momento para la lectura, pero las abrasadoras tardes veraniegas de calor sofocante son especialmente indicadas para ello. En la playa, en la piscina, en el río, en el rincón menos caluroso de la casa...La mejor manera de combatir el calor y el aburrimiento veraniego es una buena sombra, una copita con mucho hielo y una lectura refrescante. La copa y el lugar lo dejo a libre elección, pero desde aquí recomiendo como lectura una pequeña joyita tropical, el reino de este mundo. Se trata de una magnífica narración del cubano Alejo Carpentier. Una breve, pero intensa novela impregnada de vudú y cultura afro. Una historia que se desliza al calor de un vibrante ritmo narrativo empapado de exuberancia tropical, fuego, superstición, magia negra, ron y sangre ritual. Un ritmo que parece seguir el latido de los tambores africanos que, retumbando desde lo más profundo de la selva, llaman a la rebelión.
La trama del reino de este mundo acontece en Haití, la
perla negra del Caribe. Un paraíso tropical. Una isla mágica con una identidad
y una cultura forjada en torno a los esclavos negros. El enclave más puramente
africano de todo el Caribe. Un trozo de África flotando en medio de América.
La novela, combinando realidad y ficción, historia y
leyenda, narra los acontecimientos que se sucedieron en la isla entre los
siglos XVIII y XIX. Unos hechos que
precedieron y condujeron a la definitiva independencia de la colonia caribeña
respecto al imperio francés.
En primer lugar, antes de comentar los hechos que narra la
novela haré una pequeña nota introductoria que servirá para comprender mejor el
contexto de la misma.
En el siglo XVII los reinos ibéricos, España y Portugal, ya
no son los únicos protagonistas de la aventura colonial americana. Han entrado
en escena nuevas potencias europeas que también sueñan con la construcción de
sus respectivos imperios. De este modo, a lo largo de los siglos XVI y XVII, Inglaterra,
Francia y Holanda se lanzan a la colonización y explotación de territorios en
América.
La expansión colonial europea se centra en el Caribe, más
concretamente en las Antillas, conocidas como “islas del azúcar”. España ejerce
su dominio sobre las Antillas mayores, Cuba, Puerto Rico, La Española (Rep.
Dominicana) y Jamaica, que pronto pasará a manos británicas. Francia controla
Saint-Domingue (Haití), Martinica y Guadalupe. Inglaterra, potencia ascendente en
constante conflicto con Francia y España, se hará con las islas Bermudas,
Bahamas, Barbados y Jamaica, convirtiéndose en la principal potencia colonial
de la región. Holanda, por su parte, ejercerá su dominio sobre las islas de
Aruba, Curaçao y los enclaves continentales de Guyana y Surinam. Portugal es la
dueña y señora de Brasil, que pese a no estar en el Caribe, desarrolla una
economía de plantación.
La economía de plantación se basa en la explotación de mano
de obra esclava para el cultivo y transformación del azúcar en los ingenios
azucareros. El azúcar era el más importante, pero no el único producto de
plantación. El tabaco, el café, el añil o el algodón también tenían mucha
importancia debido al desorbitado precio que se pagaba por ellos en los mercados
europeos.
El enorme beneficio de los productos de plantación acelera
el negocio de la trata, y lo convierte en uno de los pilares del comercio
triangular entre África, América y Europa. Un comercio trilateral que intercambia esclavos por especias
y materias primas y éstas por productos elaborados (paños, herramientas,
armas…) que serán intercambiados por esclavos.
A lo largo del siglo XVIII, alentado por el
éxito de la economía de plantación, tiene lugar el auge de la trata de
esclavos. Un negocio que, tras el monopolio portugués de los siglos XVI y XVII,
pasará a manos de británicos y franceses, los cuales durante el XVIII trasladarán
a más de 6 millones de hombres y mujeres desde territorios africanos hasta las plantaciones
americanas. Aproximadamente un millón de ellos perecieron en la travesía. Los
supervivientes tiñeron de negro la franja caribeña de Sudamérica (Venezuela,
Colombia, Guyana, Surinam…), el sur de EEUU, pero especialmente, las Antillas y
Brasil. Países cuya identidad ha sido construida en torno al mestizaje.
Naciones en las que las aportaciones culturales africanas tienen una
importancia capital, aunque durante muchos años hayan sido minusvaloradas y
despreciadas puesto que no eran propias de las élites criollas (blancos,
cristianos, descendientes de la aristocracia colonial) que se hicieron con el
poder tras la independencia colonial.
Las Antillas eran importantes centros de producción
azucarera, pero también territorios estratégicos para el contrabando con la
América continental y un refugio seguro para los ataques a los barcos que
hacían la ruta comercial entre Europa, África y América.
En las Antillas, la economía de plantación, el contrabando y
el comercio triangular otorgan una enorme prosperidad económica a las islas. En
su seno se desarrolla una élite aristocrática dueña de las plantaciones que es
la gran beneficiaria del progreso económico. Así, mientras que la mano de obra
esclava vive en la miseria, la aristocracia colonial nada en la abundancia. Las
capitales coloniales se convierten en centros de poder con un lujo y un exceso
que nada tiene que envidiar al de la corte metropolitana.
La obra de Carpentier, por tanto, es un fresco sobre la vida
en las colonias de plantación americanas, esa multitud de prósperas islas y regiones continentales en
las que la mano de obra esclava traída de África y su infame explotación era la
base sobre la que se asentaba su economía y su sociedad. Una sociedad mayoritariamente conformada por esclavos, pero también
libertos y mulatos, todos ellos de raza oscura, que vivían en la miseria.
Explotados, aculturizados, oprimidos, humillados…Tratados como mera
propiedades, los esclavos eran subhumanos cuya vida no valía nada. La
única escapatoria a esta infame vida de sufrimiento consistía en huir a lo más
profundo de la selva, en lo alto de las montañas, y unirse a las comunidades de
cimarrones. Los cimarrones, antiguos esclavos, tras su huída hombres y mujeres libres, habían
logrado construir en la montaña una sociedad alternativa en la que imperaban los
valores de la comunidad africana.
La esclavitud supuso el trabajo forzado, la violencia, el
desarraigo, la sumisión y la humillación para millones de seres humanos que
fueron violentamente arrancados de su tierra para, tras un viaje inhumano,
servir como animales de carga en las plantaciones. Las duras condiciones de
vida y el duro proceso de aculturación al que eran sometidos en las colonias
tal vez destruyera su dignidad humana, pero no pudo destruir su cultura. La
novela refleja también la persistencia de la cultura africana pese a los
intentos europeos por extirparla de sus mentes.
Parecían haber abrazado la religión cristiana, pero seguían
aferrados a sus cultos arcanos. Por
eso el vudú, el candomblé, la macumba, la santería y toda esa multitud de
cultos sincréticos que florecieron en
las Antillas y Brasil actuaron como aglutinadores y sirvieron como nexo de
unión para todas las etnias que fueron deportadas a esos territorios de manera
forzosa para ser empleados como esclavos en las plantaciones.
En Haití sería el vudú, un culto secreto de enorme poder
simbólico que combinaba aspectos políticos y religiosos, el que alimentaría las
esperanzas de los miles de mandingas, fulas, congos, angolas, minas, quiloas…que durante muchos años esperaron la llegada de un Santo
Guerrero, del Señor de la Guerra. Allí,
en lo más profundo de la selva, donde los colonos no se atrevían a adentrarse,
hombres y mujeres soñaban con la llegada de un poderoso guerrero, de un
caudillo africano que lideraría un alzamiento contra el poder colonial.
Esperaban la llegada desde más allá del océano de un héroe mitológico que les
devolviera su dignidad y les permitiera ser dueños de su destino. Aguardaban a
que llegara su momento para, entonces sí, liberar a sus compañeros y erigir un
reino a imagen y semejanza de los africanos. Un reino de justicia e igualdad.
Un reino donde imperaría la solidaridad y se rendiría culto a las divinidades
negras. Un reino donde no habría lugar para la humillación ni para el
sometimiento a los terratenientes.
Tras una larga espera de cientos de años y con el frustrado intento de rebelión comandado por Mackandal aún fresco en la memoria, un hecho clave precipitaría los acontecimientos. El acontecimiento definitivo para la revuelta tendría lugar un 14 de julio de 1789 en la capital metropolitana y sus repercusiones alcanzarían el territorio colonial. Los sucesos que dieron fama mundial a esa tarde de verano parisina sacudirán a toda Europa, y su eco también se hará notar en las colonias americanas.
La Revolución francesa supuso el acta de defunción del Antiguo
Régimen. La alianza entre la burguesía y las clases populares otorgaba el poder
a la clase comercial y guillotinaba a la aristocracia. Los ideales republicanos
e ilustrados pasan a primer plano y junto con la libertad, igualdad y
fraternidad aparece la Carta de Derechos del Hombre, que plantea el fin de la
esclavitud. En fin, la Revolución Francesa, que consolida el definitivo ascenso
del liberalismo y la razón frente a la ideología conservadora, sería el
desencadenante definitivo para la rebelión.
El total asentamiento de la Revolución y de los ideales
jacobinos en París hace tambalear el orden social establecido en sociedad
colonial de Saint-Domingue (Haití). La aristocracia colonial no está dispuesta
a otorgar la libertad a los esclavos, sabedores de que este hecho supondría una
catástrofe para sus economías. Los esclavos negros, conocedores de las noticias
que llegan de París y alentados por los jacobinos, se dan cuenta de que este es
el momento adecuado para dar el golpe definitivo y hacerse con el poder. Parece
que finalmente ha llegado la hora. Después de tantos años de sufrimiento y
postración las plegarias han sido atendidas. Ya no hay nada que temer.
Las caracolas braman desde la montaña llamando a la guerra,
desatando el terror entre los habitantes del llano. Los tambores retumban
clamando venganza y prometiendo sangre. Se suceden los cánticos y sacrificios rituales en honor a los poderosos
dioses africanos Ogúm, Mariscal de las tormentas, Shangó, Señor del trueno, Dambalá el Dios Serpiente, Brise-Pimba y Caplou-Pimba,
divinidades de la pólvora y el fuego…
Nada pueden las balas ni los cañones contra la magia. Nada
pueden los dioses blancos y sus fusiles contra la espada del Señor de
la Guerra, que parece haberse encarnado en la figura de Boukman y posteriormente en Toussaint L´Ouverture,
que cabalga al mando de un ejército de esclavos y jacobinos negros rumbo a Puerto Príncipe. Después
de tanto sufrimiento ha llegado la hora del desquite y no habrá piedad.
La rebelión desemboca en una guerra civil de exterminio.
En
Haití, al contrario de lo que sucederá en el resto de colonias americanas, no
será la élite criolla la que se haga con el poder tras el triunfo de las
revoluciones liberales. En territorio haitiano, el protagonismo y el triunfo en
la guerra de independencia recaerá sobre las clases populares, principalmente
esclavos.
La aristocracia criolla haitiana agoniza, no quedándole más
remedio que tomar el camino del exilio refugiándose en la vecina isla de Cuba.
Es una clase social en extinción que ha perdido su lugar en la historia. No
tiene sitio ni en su país, donde le espera el machete, ni en Francia, donde le
espera la guillotina. Sólo le queda la decadencia y el alcoholismo en los
burdeles de la ciudad de Santiago.
El final de la Revolución en Saint-Domingue supone la
recuperación para la colonia de su nombre indígena, Haití, y el comienzo de la
pesadilla. La guerra ha supuesto la ruina económica para el país. Las haciendas
han sido saqueadas y los ingenios destruidos. La aristocracia en su huída se ha
llevado todo lo que ha podido. La guerra de liberación ha supuesto el
hundimiento de la economía de la isla. Pero lo peor está aún por llegar.
Tras la sangrienta guerra colonial tiene lugar un
enfrentamiento entre negros y mulatos por hacerse con el poder. Un conflicto
que desembocará en la sustitución de la aristocracia colonial por una élite
mestiza. Una élite que gobernará desde una corte y a través de una forma de
gobierno construida a imagen y semejanza del poder colonial europeo. Un
gobierno de mestizos contrario a la mística africanista de Toussaint L´Ouverture
que mantendrá los mismos hábitos, vicios y corruptelas que el gobierno al que
han derrocado.
La liberación del yugo colonial ha supuesto el ascenso de
una clase gobernante que ejerce su poder de un modo despótico y tiránico,
permaneciendo sometida a la voluntad y a los intereses de los dirigentes de la
antigua metrópolis, en los que se apoya para gobernar.
El sueño de la liberación y con ella, la llegada de un reino
de justicia e igualdad se ha desvanecido, la pesadilla no ha hecho más que
empezar...
La novela de Carpentier es un magnífico retrato de la
sociedad colonial y de la historia de la Revolución Haitiana, pero es mucho más
que eso. De sus líneas podemos extraer una lectura histórico-antropológica,
porque el reino de este mundo, a grandes rasgos, es una historia mesiánica. Una
historia de oprimidos que esperan la llegada de un redentor que les libere del
yugo de la esclavitud y les devuelva su dignidad pisoteada.
La novela alberga también una amarga reflexión acerca del
poder, porque en su final muestra la desilusión y la desesperanza que acompaña
a los sueños revolucionarios cuando uno toma conciencia de que en las entrañas
de la revolución ha sido engendrado el nuevo tirano. Cuanto más sueñas con el paraíso, más cerca
estás del infierno.
Carpentier, además de alumbrar el neocolonialismo, traza el
perfil de un gobernante que se corresponde con el prototipo de reyezuelos y
tiranos que asolarían África tras el proceso de descolonización.
Y es que como dijo el barbudo de Tréveris, la
historia se repite, primero como drama, después como farsa.
Por todo esto y por el buen rato que he pasado
leyéndola, El reino de este mundo ha
pasado a ser una de mis novelas favoritas.
PERSONAJES DE LA NOVELA
- Ti Noel. Personaje principal de la novela. Testigo de los acontecimientos que marcan el devenir de la historia. A través de sus ojos y del relato de sus vivencias se conforma la novela. Esclavo pacífico que, gracias a las enseñanzas y profecías de Mackandal, sueña con la llegada del día de la liberación.
- Lenormard de Mezy. Terrateniente dueño de Ti Noel. Representante de la aristocracia colonial criolla. Vive rodeado de lujos. Contrario a los jacobinos y a la liberación de los esclavos, sabedor de que supondría su ruina. Su vida resume el ascenso, decadencia y caída de una clase social, la aristocracia, derrotada en la metrópoli y en la colonia. Tras la rebelión sólo le queda tomar el camino del exilio. Muere en la miseria.
- Mackandal. Profeta/Hechicero/Brujo mandinga. Líder mesiánico. Prepara el terreno para la llegada de Bouckman, Toussaint L´Ouverture y otros líderes negros. Sus profecías anuncian la llegada de un nuevo orden de la mano de un Santo Guerrero que les conducirá a la libertad. Un reino de justicia e igualdad y de respeto a la cultura y la tradición africana. Siembra la semilla de la rebelión en la mente de los esclavos. Su mensajes y profecías serán la chispa que, años después, hará arder la pradera y con ello, toda la parte occidental de la isla.
- Boukman, el iniciado jamaiquino. Hechicero y hombre de acción. Continuador del legado de Mackandal. Protagoniza y dirige el primer levantamiento serio contra los terratenientes esclavistas. Muchos ven en él al Santo Guerrero que las profecías de Mackandal anunciaban. Perece ajusticiado.
- Toussaint L´Ouverture. Antiguo carpintero. Símbolo y héroe de la revolución. Caudillo de la rebelión. Al frente de un ejército de esclavos se alza contra el poder colonial. Ejecutado. Es sucedido por sus generales Dessalines y Henri Christophe quienes, tras el triunfo de la rebelión, asumen el poder y reparten la isla en dos reinos.
- Henri Christophe. De cocinero a general. De general a rey. Monarca megalómano, cruel y despótico. Traiciona los ideales de la revolución y se erige en tirano. Gobierna desde su residencia de Sans-Sauci. Obsesionado con la construcción de la ciudadela de La Férrire, ciclópea obra construida con trabajo forzado que combina aspectos de templo, fortaleza y palacio. Edificación más propia de albergar a un dios que a un hombre. Prefiere el suicido antes de ser derrocado por una revuelta popular. Su palacio es saqueado.
La canción Zumbi de Jorge Ben cuenta más o menos la misma
historia de esclavos que esperan la llegada de un Santo Guerrero
(Zumbi) que les libere de la esclavitud, en otro lugar, en este
caso Brasil y con otros protagonistas, pero con el mismo
trasfondo político-social...Zumbi se ha convertido en un símbolo de la cultura afro-brasileña. Un lider africano que desde su quilombo de la
montaña se levantó contra el poder colonial sembrando el terror entre
los terratenientes dueños de las plantaciones y haciendo florecer las
esperanzas de liberación y de una nueva vida para los esclavos sometidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario