Los resultados de las recientes elecciones municipales y autonómicas han dejado tras de sí un panorama desolador.
España está en peligro. La canalla roja avanza en todos los frentes. Los
chavistas se hacen con la alcadía de Madrid y Barcelona. Resistencia
Galega se hace con el gobierno de la Xunta y de los principales
ayuntamientos. Navarra ha caído en manos de la E.T.A., Extremadura
vuelve a ser socialista y Valencia ha sucumbido a la tentación
radical-nacionalista-podemita...
Por si fuera poco, Sanchez Gordillo
vuelve a arrasar en Marinaleda y la muy católica ciudad de Zamora ha
sido asaltada por los bolcheviques. Se oye comentar que el soviet de
Zamora ha abolido la Semana Santa, la propiedad privada y que ha
enarbolado la bandera roja en el ayuntamiento. Esperanza Aguirre ofrece la alcadía a Carmona a cambio de un pacto de
centro entre PP, Ciudadanos y PSOE para frenar a esa horda al margen de la ley de rojos,
etarras, chavistas y pro-iraníes que intentan romper el sistema
democrático occidental. El fin de la democracia se acerca. Estamos a un paso del caos, del gulag, de la checa de Bellas Artes y de Paracuellos... Sólo
un pequeño pueblo resiste los embates de las ateas hordas de
marxistas-leninistas y perroflautas sediciosos que están asolando el
país, Trabazos de Aliste. PP 320 votos. Ciudadanos 16 votos. PSOE 56
votos. PODEMOS 5 votos. IU 1 voto.
Trabazos, un pueblo mayoritariamente conformado
por españoles de bien, pese a los 56 socialistas, pero que no puede
dormir tranquilo por la grave amenza que alberga en su seno, ya que
acoge en sus tranquilas calles a 5 etarras pro-chavistas y a un miembro del GRAPO. En
Trabazos la civilización occidental parece no peligrar. Pero cuidado,
los marxistas nunca descansan y seguro que ya están preparando su golpe
definitivo, en alianza con la banda de los Trilis, los traidores
socialistas y Fernandón, para hacerse con el poder...
El verano ya está a la vuelta de la esquina. La época estival es un buen momento para leer. Mejor dicho, siempre es un buen momento para la lectura, pero las abrasadoras tardes veraniegas de calor sofocante son especialmente indicadas para ello. En la playa, en la piscina, en el río, en el rincón menos caluroso de la casa...La mejor manera de combatir el calor y el aburrimiento veraniego es una buena sombra, una copita con mucho hielo y una lectura refrescante. La copa y el lugar lo dejo a libre elección, pero desde aquí recomiendo como lectura una pequeña joyita tropical, el reino de este mundo. Se trata
de una magnífica narración del cubano Alejo Carpentier. Una breve, pero intensa
novela impregnada de vudú y cultura afro. Una historia que se desliza al calor
de un vibrante ritmo narrativo empapado de exuberancia tropical, fuego,
superstición, magia negra, ron y sangre ritual. Un ritmo que parece seguir el
latido de los tambores africanos que, retumbando desde lo más profundo de la
selva, llaman a la rebelión.
El reino de este mundo es una obra capital,
pionera en lo que posteriormente, con el boom de la novela latinoamericana,
vino en llamarse “realismo mágico”, género al que Carpentier, uno de sus
progenitores, prefería designar como lo real-maravilloso. Un movimiento
literario cultivado por autores como Borges, Rulfo o Galeano que únicamente
podría nacer y desarrollarse en América Latina. La única tierra en la que
presente, pasado y futuro conviven en el mismo instante temporal. Una tierra
donde la realidad está teñida de fantasía.
La trama del reino de este mundo acontece en Haití, la
perla negra del Caribe. Un paraíso tropical. Una isla mágica con una identidad
y una cultura forjada en torno a los esclavos negros. El enclave más puramente
africano de todo el Caribe. Un trozo de África flotando en medio de América.
La novela, combinando realidad y ficción, historia y
leyenda, narra los acontecimientos que se sucedieron en la isla entre los
siglos XVIII y XIX. Unos hechos que
precedieron y condujeron a la definitiva independencia de la colonia caribeña
respecto al imperio francés.
En primer lugar, antes de comentar los hechos que narra la
novela haré una pequeña nota introductoria que servirá para comprender mejor el
contexto de la misma.
En el siglo XVII los reinos ibéricos, España y Portugal, ya
no son los únicos protagonistas de la aventura colonial americana. Han entrado
en escena nuevas potencias europeas que también sueñan con la construcción de
sus respectivos imperios. De este modo, a lo largo de los siglos XVI y XVII, Inglaterra,
Francia y Holanda se lanzan a la colonización y explotación de territorios en
América.
La expansión colonial europea se centra en el Caribe, más
concretamente en las Antillas, conocidas como “islas del azúcar”. España ejerce
su dominio sobre las Antillas mayores, Cuba, Puerto Rico, La Española (Rep.
Dominicana) y Jamaica, que pronto pasará a manos británicas. Francia controla
Saint-Domingue (Haití), Martinica y Guadalupe. Inglaterra, potencia ascendente en
constante conflicto con Francia y España, se hará con las islas Bermudas,
Bahamas, Barbados y Jamaica, convirtiéndose en la principal potencia colonial
de la región. Holanda, por su parte, ejercerá su dominio sobre las islas de
Aruba, Curaçao y los enclaves continentales de Guyana y Surinam. Portugal es la
dueña y señora de Brasil, que pese a no estar en el Caribe, desarrolla una
economía de plantación.
La economía de plantación se basa en la explotación de mano
de obra esclava para el cultivo y transformación del azúcar en los ingenios
azucareros. El azúcar era el más importante, pero no el único producto de
plantación. El tabaco, el café, el añil o el algodón también tenían mucha
importancia debido al desorbitado precio que se pagaba por ellos en los mercados
europeos.
El enorme beneficio de los productos de plantación acelera
el negocio de la trata, y lo convierte en uno de los pilares del comercio
triangular entre África, América y Europa. Un comercio trilateral que intercambia esclavos por especias
y materias primas y éstas por productos elaborados (paños, herramientas,
armas…) que serán intercambiados por esclavos.
A lo largo del siglo XVIII, alentado por el
éxito de la economía de plantación, tiene lugar el auge de la trata de
esclavos. Un negocio que, tras el monopolio portugués de los siglos XVI y XVII,
pasará a manos de británicos y franceses, los cuales durante el XVIII trasladarán
a más de 6 millones de hombres y mujeres desde territorios africanos hasta las plantaciones
americanas. Aproximadamente un millón de ellos perecieron en la travesía. Los
supervivientes tiñeron de negro la franja caribeña de Sudamérica (Venezuela,
Colombia, Guyana, Surinam…), el sur de EEUU, pero especialmente, las Antillas y
Brasil. Países cuya identidad ha sido construida en torno al mestizaje.
Naciones en las que las aportaciones culturales africanas tienen una
importancia capital, aunque durante muchos años hayan sido minusvaloradas y
despreciadas puesto que no eran propias de las élites criollas (blancos,
cristianos, descendientes de la aristocracia colonial) que se hicieron con el
poder tras la independencia colonial.
Las Antillas eran importantes centros de producción
azucarera, pero también territorios estratégicos para el contrabando con la
América continental y un refugio seguro para los ataques a los barcos que
hacían la ruta comercial entre Europa, África y América.
En las Antillas, la economía de plantación, el contrabando y
el comercio triangular otorgan una enorme prosperidad económica a las islas. En
su seno se desarrolla una élite aristocrática dueña de las plantaciones que es
la gran beneficiaria del progreso económico. Así, mientras que la mano de obra
esclava vive en la miseria, la aristocracia colonial nada en la abundancia. Las
capitales coloniales se convierten en centros de poder con un lujo y un exceso
que nada tiene que envidiar al de la corte metropolitana.
La obra de Carpentier, por tanto, es un fresco sobre la vida
en las colonias de plantación americanas, esa multitud de prósperas islas y regiones continentales en
las que la mano de obra esclava traída de África y su infame explotación era la
base sobre la que se asentaba su economía y su sociedad. Una sociedad mayoritariamente conformada por esclavos, pero también
libertos y mulatos, todos ellos de raza oscura, que vivían en la miseria.
Explotados, aculturizados, oprimidos, humillados…Tratados como mera
propiedades, los esclavos eran subhumanos cuya vida no valía nada. La
única escapatoria a esta infame vida de sufrimiento consistía en huir a lo más
profundo de la selva, en lo alto de las montañas, y unirse a las comunidades de
cimarrones. Los cimarrones, antiguos esclavos, tras su huída hombres y mujeres libres, habían
logrado construir en la montaña una sociedad alternativa en la que imperaban los
valores de la comunidad africana.
La esclavitud supuso el trabajo forzado, la violencia, el
desarraigo, la sumisión y la humillación para millones de seres humanos que
fueron violentamente arrancados de su tierra para, tras un viaje inhumano,
servir como animales de carga en las plantaciones. Las duras condiciones de
vida y el duro proceso de aculturación al que eran sometidos en las colonias
tal vez destruyera su dignidad humana, pero no pudo destruir su cultura. La
novela refleja también la persistencia de la cultura africana pese a los
intentos europeos por extirparla de sus mentes.
Parecían haber abrazado la religión cristiana, pero seguían
aferrados a sus cultos arcanos. Por
eso el vudú, el candomblé, la macumba, la santería y toda esa multitud de
cultos sincréticos que florecieron en
las Antillas y Brasil actuaron como aglutinadores y sirvieron como nexo de
unión para todas las etnias que fueron deportadas a esos territorios de manera
forzosa para ser empleados como esclavos en las plantaciones.
En Haití sería el vudú, un culto secreto de enorme poder
simbólico que combinaba aspectos políticos y religiosos, el que alimentaría las
esperanzas de los miles de mandingas, fulas, congos, angolas, minas, quiloas…que durante muchos años esperaron la llegada de un Santo
Guerrero, del Señor de la Guerra. Allí,
en lo más profundo de la selva, donde los colonos no se atrevían a adentrarse,
hombres y mujeres soñaban con la llegada de un poderoso guerrero, de un
caudillo africano que lideraría un alzamiento contra el poder colonial.
Esperaban la llegada desde más allá del océano de un héroe mitológico que les
devolviera su dignidad y les permitiera ser dueños de su destino. Aguardaban a
que llegara su momento para, entonces sí, liberar a sus compañeros y erigir un
reino a imagen y semejanza de los africanos. Un reino de justicia e igualdad.
Un reino donde imperaría la solidaridad y se rendiría culto a las divinidades
negras. Un reino donde no habría lugar para la humillación ni para el
sometimiento a los terratenientes.
Tras una larga espera de cientos de años y con el frustrado intento de rebelión comandado por Mackandal aún fresco en la memoria, un hecho clave
precipitaría los acontecimientos. El acontecimiento definitivo para la revuelta tendría lugar un 14 de julio de 1789 en la
capital metropolitana y sus repercusiones alcanzarían el territorio colonial.
Los sucesos que dieron fama mundial a esa tarde de verano parisina sacudirán a
toda Europa, y su eco también se hará notar en las colonias americanas.
La Revolución francesa supuso el acta de defunción del Antiguo
Régimen. La alianza entre la burguesía y las clases populares otorgaba el poder
a la clase comercial y guillotinaba a la aristocracia. Los ideales republicanos
e ilustrados pasan a primer plano y junto con la libertad, igualdad y
fraternidad aparece la Carta de Derechos del Hombre, que plantea el fin de la
esclavitud. En fin, la Revolución Francesa, que consolida el definitivo ascenso
del liberalismo y la razón frente a la ideología conservadora, sería el
desencadenante definitivo para la rebelión.
El total asentamiento de la Revolución y de los ideales
jacobinos en París hace tambalear el orden social establecido en sociedad
colonial de Saint-Domingue (Haití). La aristocracia colonial no está dispuesta
a otorgar la libertad a los esclavos, sabedores de que este hecho supondría una
catástrofe para sus economías. Los esclavos negros, conocedores de las noticias
que llegan de París y alentados por los jacobinos, se dan cuenta de que este es
el momento adecuado para dar el golpe definitivo y hacerse con el poder. Parece
que finalmente ha llegado la hora. Después de tantos años de sufrimiento y
postración las plegarias han sido atendidas. Ya no hay nada que temer.
Las caracolas braman desde la montaña llamando a la guerra,
desatando el terror entre los habitantes del llano. Los tambores retumban
clamando venganza y prometiendo sangre. Se suceden los cánticos y sacrificios rituales en honor a los poderosos
dioses africanos Ogúm, Mariscal de las tormentas, Shangó, Señor del trueno, Dambalá el Dios Serpiente, Brise-Pimba y Caplou-Pimba,
divinidades de la pólvora y el fuego…
Nada pueden las balas ni los cañones contra la magia. Nada
pueden los dioses blancos y sus fusiles contra la espada del Señor de
la Guerra, que parece haberse encarnado en la figura de Boukman y posteriormente en Toussaint L´Ouverture,
que cabalga al mando de un ejército de esclavos y jacobinos negros rumbo a Puerto Príncipe. Después
de tanto sufrimiento ha llegado la hora del desquite y no habrá piedad.
La rebelión desemboca en una guerra civil de exterminio.
En
Haití, al contrario de lo que sucederá en el resto de colonias americanas, no
será la élite criolla la que se haga con el poder tras el triunfo de las
revoluciones liberales. En territorio haitiano, el protagonismo y el triunfo en
la guerra de independencia recaerá sobre las clases populares, principalmente
esclavos.
La aristocracia criolla haitiana agoniza, no quedándole más
remedio que tomar el camino del exilio refugiándose en la vecina isla de Cuba.
Es una clase social en extinción que ha perdido su lugar en la historia. No
tiene sitio ni en su país, donde le espera el machete, ni en Francia, donde le
espera la guillotina. Sólo le queda la decadencia y el alcoholismo en los
burdeles de la ciudad de Santiago.
El final de la Revolución en Saint-Domingue supone la
recuperación para la colonia de su nombre indígena, Haití, y el comienzo de la
pesadilla. La guerra ha supuesto la ruina económica para el país. Las haciendas
han sido saqueadas y los ingenios destruidos. La aristocracia en su huída se ha
llevado todo lo que ha podido. La guerra de liberación ha supuesto el
hundimiento de la economía de la isla. Pero lo peor está aún por llegar.
Tras la sangrienta guerra colonial tiene lugar un
enfrentamiento entre negros y mulatos por hacerse con el poder. Un conflicto
que desembocará en la sustitución de la aristocracia colonial por una élite
mestiza. Una élite que gobernará desde una corte y a través de una forma de
gobierno construida a imagen y semejanza del poder colonial europeo. Un
gobierno de mestizos contrario a la mística africanista de Toussaint L´Ouverture
que mantendrá los mismos hábitos, vicios y corruptelas que el gobierno al que
han derrocado.
La liberación del yugo colonial ha supuesto el ascenso de
una clase gobernante que ejerce su poder de un modo despótico y tiránico,
permaneciendo sometida a la voluntad y a los intereses de los dirigentes de la
antigua metrópolis, en los que se apoya para gobernar.
El sueño de la liberación y con ella, la llegada de un reino
de justicia e igualdad se ha desvanecido, la pesadilla no ha hecho más que
empezar...
La novela de Carpentier es un magnífico retrato de la
sociedad colonial y de la historia de la Revolución Haitiana, pero es mucho más
que eso. De sus líneas podemos extraer una lectura histórico-antropológica,
porque el reino de este mundo, a grandes rasgos, es una historia mesiánica. Una
historia de oprimidos que esperan la llegada de un redentor que les libere del
yugo de la esclavitud y les devuelva su dignidad pisoteada.
La novela alberga también una amarga reflexión acerca del
poder, porque en su final muestra la desilusión y la desesperanza que acompaña
a los sueños revolucionarios cuando uno toma conciencia de que en las entrañas
de la revolución ha sido engendrado el nuevo tirano. Cuanto más sueñas con el paraíso, más cerca
estás del infierno.
Carpentier, además de alumbrar el neocolonialismo, traza el
perfil de un gobernante que se corresponde con el prototipo de reyezuelos y
tiranos que asolarían África tras el proceso de descolonización.
Y es que como dijo el barbudo de Tréveris, la
historia se repite, primero como drama, después como farsa.
Por todo esto y por el buen rato que he pasado
leyéndola, El reino de este mundo ha
pasado a ser una de mis novelas favoritas.
PERSONAJES DE LA NOVELA
Ti Noel. Personaje principal de la novela.
Testigo de los acontecimientos que marcan el devenir de la historia. A través
de sus ojos y del relato de sus vivencias se conforma la novela. Esclavo
pacífico que, gracias a las enseñanzas y profecías de Mackandal, sueña con la
llegada del día de la liberación.
Lenormard de Mezy. Terrateniente dueño de Ti
Noel. Representante de la aristocracia colonial criolla. Vive rodeado de lujos.
Contrario a los jacobinos y a la liberación de los esclavos, sabedor de que
supondría su ruina. Su vida resume el ascenso, decadencia y caída de una clase
social, la aristocracia, derrotada en la metrópoli y en la colonia. Tras la
rebelión sólo le queda tomar el camino del exilio. Muere en la miseria.
Mackandal. Profeta/Hechicero/Brujo mandinga.
Líder mesiánico. Prepara el terreno para la llegada de Bouckman, Toussaint L´Ouverture y otros líderes negros. Sus profecías
anuncian la llegada de un nuevo orden de
la mano de un Santo Guerrero que les conducirá a la libertad. Un reino
de justicia e igualdad y de respeto a la cultura y la tradición africana. Siembra la semilla de la
rebelión en la mente de los esclavos. Su mensajes y profecías serán la chispa
que, años después, hará arder la pradera y con ello, toda la parte occidental
de la isla.
Boukman, el iniciado jamaiquino. Hechicero y hombre de
acción. Continuador del legado de Mackandal. Protagoniza y dirige el primer
levantamiento serio contra los terratenientes esclavistas. Muchos ven en él al
Santo Guerrero que las profecías de Mackandal anunciaban. Perece ajusticiado.
Toussaint
L´Ouverture. Antiguo carpintero. Símbolo y héroe de la revolución. Caudillo de la rebelión. Al frente de un
ejército de esclavos se alza contra el poder colonial. Ejecutado. Es sucedido
por sus generales Dessalines y Henri Christophe quienes, tras el triunfo de la
rebelión, asumen el poder y reparten la isla en dos reinos.
Henri Christophe. De cocinero a general. De
general a rey. Monarca megalómano, cruel
y despótico. Traiciona los ideales de la revolución y se erige en tirano. Gobierna desde su residencia de
Sans-Sauci. Obsesionado con la construcción de la ciudadela de La Férrire,
ciclópea obra construida con trabajo forzado que combina aspectos de templo,
fortaleza y palacio. Edificación más propia de albergar a un dios que a un
hombre. Prefiere el suicido antes de ser derrocado por una revuelta popular. Su
palacio es saqueado.
La canción Zumbi de Jorge Ben cuenta más o menos la misma
historia de esclavos que esperan la llegada de un Santo Guerrero
(Zumbi) que les libere de la esclavitud, en otro lugar, en este
caso Brasil y con otros protagonistas, pero con el mismo
trasfondo político-social...Zumbi se ha convertido en un símbolo de la cultura afro-brasileña. Un liderafricano que desde su quilombo de la
montaña se levantó contra el poder colonial sembrando el terror entre
los terratenientes dueños de las plantaciones y haciendo florecer las
esperanzas de liberación y de una nueva vida para los esclavos sometidos.
A
menudo oímos hablar en los medios de comunicación del papel activo que ha de
ejercer la sociedad para lograr salir de la crisis política en la que nos
hallamos inmersos.
Una
labor de protagonismo ciudadano que ha asumido como suya un movimiento político
como Podemos, surgido de las cenizas de la crisis del sistema político. Una
crisis de legitimidad política fruto del agotamiento de un modelo crecimiento
demasiado dependiente que se ha venido abajo con la crisis. España durante
décadas logró unas elevadas tasas de empleo y crecimiento gracias a un modelo
económico que se sostenía sobre tres pilares: servicios, turismo y
construcción. Un espejismo sostenido por la capacidad de endeudamiento. Un
modelo que funcionaría siempre que el sistema financiero tuviera capacidad de
prestar dinero a empresas, ciudadanos y administración. El enorme flujo de
dinero, procedente en su mayoría del exceso de ahorro que tenían los bancos
alemanes, en lugar de invertirse en la modernización del sistema productivo
orientándolo hacia un modelo tecnológico se invirtió en la consolidación de un
modelo cortoplacista, pero que generaría elevados réditos electorales. Un pan
para hoy y hambre para mañana que se podría traducir en ladrillo, servicios de
baja calidad asociados a la demanda y obras públicas. Un modelo que se vino
abajo cuando colapsó el sistema financiero que lo sostenía y que arrastró con
él a millones de ciudadanos.
La
crisis económica ha venido acompañada de una terrible recesión que ha sumido al
país en unos niveles de endeudamiento y desempleo desorbitados. Por si fuera
poco, parte de la deuda bancaria ha sido asumida por el Estado. Una decisión
irresponsable que sólo puede entenderse como una cesión al chantaje ejercido por la banca alemana para
asegurarse el cobro de sus depósitos. Esta cesión ha desembocado en unos
terribles recortes en materia pública y social cuándo más necesarios resultan.
Decisión suicida, pues ha hecho tambalear los débiles cimientos de la débil
democracia española. Al
descontento ciudadano por los recortes en materia social hay añadir la
corrupción generalizada en todas las instituciones del Estado, incluida la
hasta ahora intocable monarquía y el desafío soberanista catalán. Este
cóctel de crisis económica y política, descontento ciudadano y corrupción
institucional generalizada ha devuelto el protagonismo a la acción ciudadana
como elemento regenerador del sistema.
Tengo mis dudas respecto a la capacidad
regeneradora del movimiento ciudadano, porque mi opinión sobre la participación
de la ciudadana en política encierra una relación de amor-odio.
Considero que el papel activo de la ciudadanía
puede resultar muy útil y beneficioso para resolver objetivos a pequeña escala.
Un ejemplo de ello sería la utilidad del movimiento vecinal para la defensa de
los intereses sociales a través de herramientas como la protesta, esto es, haciendo
público el problema al conjunto de la sociedad. Pero a la hora de afrontar problemas de mayor
magnitud o más concretamente, a la hora de considerar a la participación
ciudadana como un medio para alcanzar el poder o como una alternativa al poder
establecido, creo que su capacidad de acción es muy limitada. Una de
las características de las democracias occidentales es la participación activa
de su ciudadanía en la vida política, económica y cultural del país. Sin
embargo en España, pese a su carácter democrático, nada de esto sucede, ya que
son los profesionales de la política, bailando al son que les marca el poder
financiero quienes están encargados de la gestión de tales asuntos, restando
calidad democrática a la vida del país.
De hecho, una gran mayoría de la
población considera que la participación ciudadana se limita a votar cada
cuatro años, esto se debe a mi parecer al modelo político y educativo
establecido con el advenimiento de la democracia en España, continuista con el
régimen anterior, fundamentado en pactos firmados por las élites dominantes,
con la ciudadanía como mera espectadora, lo que dio lugar a la instauración en
el país de una democracia incompleta, ya que está concebida para estar blindada
ante la participación ciudadana , es decir, en el estado español existe un
marco institucional ambivalente para la participación ciudadana: por un lado,
se afirma el derecho a la participación y se establecen algunos cauces
concretos que antes no existían; por otro, el énfasis en la delegación impone
unos límites precisos a la participación directa en los asuntos públicos, el
ejemplo más claro de esta ambivalencia queda puesto al descubierto con los
referéndum y las Iniciativas Legislativas Populares que no poseen carácter
vinculante, ya que es el Congreso el encargado de decidir sobre su tramitación.
A consecuencia de ésta combinación de factores, España peca de una escasa
participación directa de la ciudadanía ya que según algunos autores como
Subirats apenas el 22% de los españoles dice estar asociado a algo, y sólo un
12% reconoce tener un papel realmente activo en la entidad a la que pertenece. En
otras palabras, el 78% de españoles no entra en la dinámica de la participación
activa.
De tan escasa participación, la mayor parte de la
misma se vincula a actividades culturales. Además debemos tener en cuenta el
pesado lastre que supuso el franquismo que negó a varias generaciones la
formación en cultura participativa, ya que el régimen dictatorial, tal y como
afirma Aranguren González, “secuestró
toda la vida pública, alejando así todas las preocupaciones colectivas de unos
ciudadanos a los que se les pedía que se dedicaran a lo suyo, y el resultado no
podía ser otro que la apatía, el desinterés y la desconfianza social, que en
nada invitan a la cooperación o al simple intercambio o intercomunicación personal”.
Así
pues, los partidos políticos se han convertido en el instrumento fundamental de
participación, y éstos se caracterizan por una rigidez jerárquica, el
sometimiento a la disciplina de partido por parte sus miembros y a la
existencia de alianzas con grupos de poder financiero y mediático, lo que da
lugar a redes de clientelismo, corrupción generalizada e inmovilismo político
que degenera en pensamiento único, que ha terminado por distanciar a la
ciudadanía con respecto a los profesionales de la política.
Como
hemos señalado, la participación de la ciudadanía en asuntos de importancia es
mínima, algo que les resulta muy beneficioso a las élites políticas y
económicas que dirigen el país y controlan los medios de comunicación,
producción y el sistema financiero, armas muy poderosas que permiten a esta
élite plutocrática acaparar en sus manos todo el poder de gestión política,
provocando el desencanto en la ciudadanía y generando la aparición de
movimientos ciudadanos alternativos a los clásicos, los denominados “nuevos
movimientos sociales” que reaccionan contra el sistema de poder y valores
establecido exigiendo una nueva forma de democracia, aquí podríamos encuadrar
al movimiento antiglobalización, el 15-M, o las movilizaciones que dieron lugar
a la llamada “primavera árabe”, todos ellos exigen objetivos muy nobles, pero
que han obtenido unos resultados finales que están muy alejados de los fines
perseguidos.
Debido
a lo anteriormente expuesto y en relación a la participación ciudadana como
alternativa al poder, me encuentro muy cerca de las teorías más críticas con
respecto al papel y a la influencia de la participación sobre la esfera
política a la hora de la toma de decisiones. Esto se debe a que considero que las actuales vías de
participación ciudadana no hace más que mantener el status quo vigente, pues
los espacios de actuación a los que se permite acceder a los ciudadanos a
través de los mecanismos de participación son meras válvulas de escape a
nuestra frustración y siguen estando controlados y manipulados por una minoría,
una élite plutocrática que es la que realmente ostenta el poder y que impide el
cambio de un paradigma económico basado en la explotación del individuo y del
medio ambiente. Un sistema económico que beneficia a una minoría a la que
permite seguir manteniendo sus privilegios de élite dominante.
La
escasa participación ciudadana en los temas de mayor relevancia se logra conseguir
a través de múltiples elementos desincentivadores que sirven para alejan a las
personas de la movilización. Todos éstos mecanismos están basados en la
estrategia del miedo: horarios infernales, amenazas de pérdida de empleo,
hipotecas, sanciones, medios de comunicación al servicio del poder, gente sin
capacidad de análisis crítico…Además de todo este cúmulo de circunstancias,
existe otro dato objetivo, cuanto más se ha escalado en la pirámide social, más
temor existe a perder lo logrado. Por eso los grandes cambios sociales sólo
tienen lugar cuándo lo único que se pueden perder son las cadenas.
A mi
entender, uno de los principales hándicaps con los que cuenta la participación
ciudadana, es que la gran mayoría de la población sólo se involucra en aquellos
aspectos que le afectan de una manera más directa. Es decir, los individuos
participan de manera muy puntual y siempre guiados por un interés individual.
Esto se debe a que realmente sólo existe una minoría de personas proactivas y
muy concienciadas, que suelen ser aquellos que promueven y dirigen las acciones
de participación ciudadana, y que cuentan con mayor experiencia en labores de
organización. Esta mayor participación suele ir relacionada con una mayor
implicación política, ya sea en partidos o en sindicatos, por lo que considero
que la ideología es una variable muy importante a la hora de tener en cuenta
los niveles de participación. Junto a la ideología considero que la otra
variable que más influye en la participación es el nivel educativo. Desde mi
experiencia, siempre he observado unos mayores índices de participación en
aquellas personas que poseen mayores niveles de estudios y relacionado
directamente con ello, una mayor capacidad crítica respecto a la versión
oficial y el pensamiento único.
Otro de los aspectos negativos inherentes a la
participación ciudadana es que los individuos menos concienciados y proactivos
tienen poca capacidad de resistencia, ya que esperan ver rápidamente cumplidos
sus objetivos y si los cambios no llegan rápidamente, poco a poco van
abandonando la esfera de la participación, desilusionados o decepcionados con
los logros obtenidos, y es que la participación como mecanismo de cambio social
es un largo trayecto, plagado de obstáculos para alcanzar un incierto final. Por
último, los mecanismos de participación ciudadana suponen problemas de tiempo y
dinero para sus protagonistas, ya que incorporan mayor lentitud en la toma de
decisiones, no en vano hay que consultar a más gente y esto supone un
incremento de los costes a la hora de tomar decisiones, ya que hay que
adaptarse a más puntos de vista para alcanzar una decisión de consenso y
además, la participación no incorpora valor añadido a la decisión, ya que el
incremento de la participación de la ciudadanía no cristaliza en una mejora del
proceso de toma de decisión, todo ello provoca que mucha gente considere que
los mecanismos de participación ciudadana no suponen mejoras en la eficiencia y
en la calidad del proceso, ya que siguen anclados en las decisiones
autoritarias y jerárquicas surgidas al calor de los mecanismos de delegación
democrática. A pesar
de tantos y tantos aspectos negativos que rodean a la participación ciudadana
en España también hay que constar la existencia de factores positivos en
relación al movimiento ciudadano, como el auge de las ONG´s y el voluntariado.
Así mismo se está observando un enorme fortalecimiento de la solidaridad
ciudadana, hecho que en esta dura época de crisis y recortes en materia social
está sirviendo para sostener las necesidades de miles ciudadanos que de otro
modo estarían completamente desatendidos y también como un efectivo mecanismo
de ayuda para aliviar la tensión social.
Pero,
pese a todos los inconvenientes que rodean a la participación ciudadana,
quienes están en contra del aumento de la implicación de la ciudadanía en
aspectos clave de la vida política, así
como su inconsistencia y su escasa capacidad de decisión lo que realmente
esconden tras esa crítica es un enorme escepticismo y muchas suspicacias sobre
la propia democracia, ya que la enorme difusión de las nuevas tecnologías de la
información y el acceso a una educación de mayor nivel por parte de la
población ha generado las condiciones necesarias para que la ciudadanía esté lo
suficientemente formada y capacitada para elegir por sí misma.
Por tanto, para
vencer esas reticencias a la participación ciudadana es necesario demostrar que
participación y eficiencia no se contradicen, sino que son conceptos
complementarios y para lograr tal fin es necesario hallar vías o mecanismos de
participación que eviten los riesgos existentes y minimicen los problemas
anteriormente señalados.
En España el movimiento asociativo y de participación
ciudadana daba la impresión de llevar bastante tiempo adormecido, si
exceptuamos Euskadi y Cataluña, pero he aquí que de repente un hecho ha revitalizado
todo el espectro de la participación y ha lanzado a las gentes críticas con el
sistema a las calles, expresando su descontento con los dirigentes políticos y
el sistema económico a través del 15M, el movimiento de los indignados.
Un
movimiento que ha retomando aspectos del movimiento asambleario y que ha tenido
a plazas y espacios públicos como lugares de reunión, intentando crear un
contrapoder donde la realmente se escuche la voz del pueblo, pretendiendo
instaurar la democracia directa. Ciertamente fue una experiencia grata, ver a
la gente tomar las plazas y discutir sobre los problemas que nos atenazan y sus
posibles soluciones sólo con la fuerza de la razón, la solidaridad entre los
participantes, la implicación, la protesta…incluso por un pequeño espacio de
tiempo dio la impresión de que los políticos habían escuchado el mensaje de la
calle y quedaba una pequeña puerta abierta a la posibilidad de cambio, ya que
realmente el poder establecido se sentía amenazado, pero tristemente no fue así
y es que la heterogeneidad de los participantes, las diferencias en el seno del
movimiento, la instrumentación por parte de algunos partidos políticos y sobre
todo la desesperanza al ver que no se lograban alcanzar los objetivos iniciales.
La criminalización del movimiento por parte de la policía y los medios llevaron
a que el movimiento se difuminara para desaparecer o reinstalarse en los
barios, donde el protagonismo y las riendas las seguían llevando aquellos
miembros más proactivos o con experiencia en el movimiento asambleario y continuar
desde allí con sus actos de protesta y campañas dirigidas a objetivos más
concretos como pudiera ser el freno temporal a los desahucios algo en lo que
parece han logrado alcanzar un mayor éxito. Ese es el caldo de cultivo en el
que se ha gestado Podemos.
Como conclusión, querría
señalar que si queremos avanzar en calidad democrática a través de una mayor
implicación de la ciudadanía en aquellos asuntos que realmente les incumben,
debemos recurrir a la educación como instrumento de transformación social. Por
tanto, debería fomentarse la cultura participativa desde los centros escolares,
con una sistema educativo que realmente valore los mecanismos de participación
y forme a sus alumnos en una educación multidisciplinar, basada en el espíritu
crítico y la diversidad, educando en valores universales tan positivos como la
solidaridad, la tolerancia, la justicia…Para que los ciudadanos de las próximas
generaciones no vuelvan a caer en los mismos errores que nos han atenazado a
nosotros y luchen por alcanzar una sociedad futura mucho más justa,
democrática, cohesionada y equitativa.