viernes, 19 de diciembre de 2014

MEMORIAS DE PORTUGAL

Menos mal que nos queda Portugal era el titulo que Siniestro Total eligió para uno de sus mejores discos. Yo nunca he sabido cómo interpretar esa frase. Puede servir para hacer más ligera la carga de nuestro atraso socioeconómico con respecto al mundo civilizado, reflejando un terrible complejo de superioridad entre miserables. Si nosotros estamos jodidos, aún peor están los portugueses. Menos mal que nos queda Portugal, no somos los últimos, somos los penúltimos. Aunque a lo mejor detrás de ese menos mal que nos queda Portugal se esconde el anhelo del último refugio al que acudir cuando todo se tuerza. Esa especie de paraíso perdido donde todo funciona de otra manera. Ni mejor ni peor, de otra manera. Nunca he logrado descifrar este enigma. Y mira que Portugal me queda cerca, más aún que a los vigueses.

Portugal, desde la perspectiva española, siempre ha sido observado con cierto aire de superioridad, con lo que quedaría explicado el sentido de la frase con la que se inicia este post. Portugal era la Albania atlántica, el país más subdesarrollado de la Europa occidental. Así lo considerábamos los españolitos con la arrogancia del ignorante. Nosotros somos pobres, pero ellos aún más pobres. Sí, los portugueses eran pobres. Pobres pero dignos, por lo menos se permitieron el lujo de derribar a la dictadura y no dejaron que muriera en la cama…En definitiva, a grandes rasgos para los españoles Portugal eran las tres efes que propulsó el salazarismo: Fado, Fútbol y Fátima… más toallas y mujeres con bigote.

La relación entre alistanos y nuestros iguales al otro lado de la Raia, los trasmontanos, ha sido siempre algo compleja y también se ha sustentado en esa terrible mezcla de desconocimiento y superioridad. He de reconocer que personalmente siento una gran  simpatía por Portugal y sus gentes. Además, trasmontanos y alistanos tenemos una cultura y un carácter muy similar, forjado a base del aislamiento respecto a la modernidad y los centros de poder. Antes de la ampliación de la UE al Este de Europa, la zona fronteriza que separa a España y Portugal, la Raia, era la región de la Eurozona más pobre y atrasada. Compartimos los mismos problemas fruto de ese secular aislamiento como la escasez y debilidad de las redes socioeconómicas, el envejecimiento poblacional, el alejamiento de los polos industriales y un irrefrenable despoblamiento fruto de la emigración interior y exterior. Sin embargo, compartir cultura, medio, tradiciones y dificultades no ha hecho que conozcamos mejor a nuestros vecinos. Para nosotros Portugal era Trás os Montes y la idea que teníamos de Portugal eran un montón de estereotipos y prejuicios mezclados sin ton ni son. ¡¡¡Maldito efecto frontera!!! En nuestro imaginario Portugal eran romerías, relojes purreleros, cacahuetes, calcetines y toallas, pin´s del Oporto, gorras del Benfica y llaveros del Sporting, Sumol en lugar de Fanta, cubatas matadores, hombres y mujeres con bigote, pastores alcoholizados y pastores de gatillo fácil, cerveza buena y barata, las mejores bombas y los mejores lanzadores de bombas, conductores suicidas, carrinhas, forçados y vinho verde...Eso era Portugal.

En Aliste que te llamaran portugués era una grave ofensa, un terrible desprecio, algo así como que te llamen negro en Alabama o gitano en Andalucía. Conlleva multitud de connotaciones negativas sustentadas en un prejuicio racial. Aunque en este caso, las connotaciones negativas estaban sustentadas en un absurdo complejo de superioridad nacional-chauvinista. Para mucha gente los portugueses eran perros, sucios, vagos, analfabetos, traidores y ladrones…Además de bastante chapuceros, un peligro al volante y fanáticos religiosos.
El primer portugués que conocí creo que fue Yceda. No era un portugués, era una caricatura de lo que yo pensaba, con mi tierna imaginación infantil, que debía ser y tener un portugués para ser considerado como tal: bigote, gorra, borrachín…Así iba construyendo mi concepto de Portugal y los portugueses, basándome en caricaturas, prejuicios y estereotipos socialmente arraigados que no tenían ningún fundamento. 


Pero con el tiempo, comprendí que Portugal también era ese conjunto de luces que, al caer la noche, se adivinaban en el horizonte, el café Palmeira torrefacto de los desayunos y el chándal de táctel del Parador que llevabas a gimnasia. También Portugal eran las ruinas del Castillo de Outeiro y las primeras zapatillas de marca compradas en Miranda, el paraíso de las falsificaciones. Portugal eran azulejos, mascaradas, castañas, aguardiente, bifana, ginginha y aceite de contrabando. Por supuesto, Portugal era bacalao cocinado de mil formas distintas y sobremesas regadas con Mateus Rosé y Porto. Portugal también estaba en las curvas y barrancos de la vieja carretera a Bragança, en los karts y en el Ricard, en Rádio Brigantia, la cidadela, el Pelourinho y el Domus Municipalis, en las mejores piscinas de la zona llenas de veraneantes de Francia y Suiza y en unos fuegos artificiales mucho mejores que los de las fiestas de Zamora. 

Portugal era poner la TV en este lado de la frontera y encontrarte que tenías a tu disposición más canales de televisión portugueses que españoles. No veíamos ni A3, ni el Plus, ni Tele5. En algunas casas ni La 2, a cambio disfrutábamos de la RTP1, RTP2, la SIC y la TVi. Veíamos Portugal Radical, Agora Escolha  y el Jornal da Noite, también películas y series americanas subtituladas, que yo creía que eso era de país pobre pero realmente es de país inteligente, preocupado por el aprendizaje de idiomas de su ciudadanía... Encendías la radio y pasaba lo mismo, RNE y el resto del dial emisoras portuguesas. Eso te hacía sentir más portugués.           

Antes de la explosión CR7, Portugal futbolísticamente hablando eran Figo y Rui Costa y mucho antes el gran Paulo Futre, que tenía mucha más pinta de portugués que todos los anteriores. Pero en mi memoria futbolística los portugueses no permanecerán como vanidosos metrosexuales de pelo engominado. En mi recuerdo, los portugueses siempre serán duros,  aguerridos, ágiles y veloces, con la piel morena y el pelo ensortijado. Con más aspecto de magrebíes que de europeos. Como Tó, aquel extremo que la rompía con el once a la espalda en ese legendario equipo de Trabazos de los torneos que era como el Madrid de los galácticos pero con cinco extranjeros, todos portugueses.

También mi recuerdo de Portugal está conformado con el amable recuerdo de unas fuerzas de seguridad cuyo nombre provoca más que temor risa, los Guardinhas. Realmente son la Guarda Nacional Republicana, el equivalente luso de nuestra querida Guardia Civil, pero con ese nombre no infundían ningún respeto y menos a los españoles, acostumbrados como estaban al ancestral pánico que infundía la Benemérita con solo citar su nombre.

Portugal era religiosidad, cierto, pero siempre con un toque de bizarrismo que la hacía mucho más agradable que nuestra recia religiosidad castellana Nacionalcatolicista. Sin ir más lejos Fátima, la mayor expresión de fe portuguesa, es un evidente encuentro con OVNI´s camuflado por la Iglesia como aparición mariana. La Virgen de Fátima realmente era un alienígena que llegó en su nave espacial (el baile del sol) y que contactó con unos jóvenes pastorcillos del mísero interior de Portugal. Lo que pasa es que Portugal estaba perdiendo la fe a marchas forzadas, la Iglesia necesitaba algo para reenganchar al pueblo y como la ignorancia todo lo convertía en apariciones de santos, fue bastante fácil manipular el encuentro en la tercera fase hasta convertirlo en milagro. Esto no lo digo yo, lo dice alguien tan serio y respetable como el profesor Jiménez del Oso.
Y según contaba mi abuela, el milagro de San Bartolo era que lo habían tirado al río y no se le había apagado el cigarro que se estaba fumando. Joder, y sólo con eso lo hicieron santo…¡Cómo molan los portugueses! Además está el Santo da viola, que para mí siempre fue el primer rockero del santoral y que encima es el patrón de la juventud de Quintanilha. Definitivamente, ¡cómo molan los portugueses!...
Además para mí, la religiosidad portuguesa siempre conllevaba comercio, algo que se conoce como romería: la Riberinha, la Luz, San Bartolo y el Nazo. En mi recuerdo olfativo, porque la memoria también tiene olfato, la fe portuguesa es una mezcla de olores: cera, vitela asada, sardinas, Sagres y Super Book. Además, en una romería tuve mi primer contacto visual con alguien de otra raza, con un negro, porque Portugal era multicultural mucho antes que España. 
Portugal también permanece en mi memoria asociado a Campo de Víboras y su mítica juerga, a las pizzas, el karaoke y el Triple X de Viminoso, al Rock No Río y las fiestas del puente, que hermanaban a habitantes de un lado y otro de la frontera en la misma frontera. También es Portugal el Boîte Bruxa, el Monte Lomeu, el Bar Barbas y como no, el Discorral y el mítico Pitinha de Xico.  

La memoria también es musical, y para mí Portugal era Rock&Roll todavía peor que el español y verbenas amenizadas por una curiosa mezcla de ritmos brasileños y anglosajones. Pero sobre todo, mi memoria sonora de la verbena portuguesa está construida a través de la música Pimba, la profunda expresión musical del pueblo que no se avergüenza de serlo. La música que alegra la existencia y pone a bailar desaforadamente a los pensionistas amigos de la juerga y al lumpenproletariado más ebrio. A viejos y jóvenes, a hombres y mujeres. Una base de fondo + teclados y acordeones psicodélicos a todo meter + letras cargadas de ambigüedad sexual y cachondeo…Y la peña dándolo todo, gozando como posesos con las composiciones del padrino del género, Emanuel (Vamos a elas), coreando las ingeniosas odas del gran maestro Quim Barreiros y disfrutando con las ocurrencias de la inigualable Rosinha, el alter ego femenino del anteriomente citado genio musical. 

Por último, contra el tópico de que las portuguesas tienen bigote nosotros construimos el mito de la mujer portuguesa. El río, allí nació y creció esa mitificación de las rapazas portuguesas. Para nosotros estaban dotadas de una extraña mezcla de sensualidad y ruralidad. Impagable ver bajar a las chicas al río en bikini subidas a un tractor. ¡¡¡Existe algo más sexy!!! Las rapazas de Quintanilha, Rita, Salomé, Paula, Esther y la Diabla, poseedoras de un exotismo y belleza que desconocíamos y claro, idealizamos. Nos resultaban inalcanzables, por la barrera idiomática y por el respeto que nos imponían la jauría de garotos que las rondaba. Lindas y presumidas. Caracterizadas por el exceso de maquillaje, la ceja fina y el gusto por la ropa ajustada. Un estilo algo barroco que también arrasa en este lado de la frontera y que está muy en consonancia con los cánones estéticos del Este de Europa. Debe ser cosa del subdesarrollo. 

En fin, Portugal, tan cerca y tan lejos. La frontera y los tópicos han hecho mucho daño, pero han sido fomentados desde ambos lados de la península. Por un lado propulsados por cierto aire de superioridad hispano, desde el lado luso fomentados ante el histórico temor a verse ensombrecidos por la potencia económico-político-militar de su compañero peninsular. Todo ello ha provocado que los dos países y sus habitantes hayamos vivido mucho tiempo uno de espaldas al otro, como dos hermanos enfrentados. Pero vivir en la misma frontera y poder atravesarla te hace ver las cosas de otra manera…

¡¡¡Menos mal que nos queda Portugal!!!


 

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