Siempre me ha gustado el boxeo. Reconozco que es una actividad brutal y violenta, pero creo que se trata del deporte más épico y lírico que existe porque retrata como ningún otro la lucha por la vida, que no es más que abrirse camino a base de golpes y saber aguantar los que recibes sin que te derriben.
No es de
extrañar que históricamente los boxeadores hayan pertenecidos a los estamentos
menos privilegiados de la sociedad. Nadie está tan loco o tan desesperado para
intentar alcanzar el éxito a base de dar y recibir palizas. Además, la historia
del boxeo está llena de auténticos héroes, pero sobretodo de ilustres
perdedores y no sólo en el ring, también en la vida. Hoy voy a contar la
historia de uno de ellos, Óscar Natalio “Ringo” Bonavena.
Un 25 de
septiembre de 1942 venía al mundo en una clínica del barrio de Boedo, en la
ciudad de Buenos Aires, el tercer hijo del matrimonio formado por Dominga
Grillo y Vicente Bonavena. Un chico que llevará por nombre Oscar Natalio. Con
el tiempo se convertirá en uno de los deportistas más famosos del país y sin
lugar a dudas, en el boxeador más querido y popular de la República Argentina.
Hijo de
una familia de clase baja, el joven Óscar muy
pronto abandonará los estudios para ayudar a la economía familiar, dando
comienzo a un periplo de buscavidas que le llevará a trabajar como repartidor
de pizza, empleado de carnicería, picapedrero…Hasta que el boxeo se cruzó en su
vida. De este modo, a la temprana edad de dieciséis años tenía claro iba a
labrarse un nombre y un futuro gracias a la fuerza de sus puños. Tan mal
desencaminado no debía andar el chico, porque un año después, en 1959, se
proclama campeón amateur nacional de los pesos pesados defendiendo los colores
del Club Huracán. El club de sus amores y del que llegará a ser ídolo
indiscutible de la hinchada junto con el Loco Housseman.
A partir
de este año su carrera es imparable, lo que le lleva a iniciarse como
profesional (con derrota) en los inicios de la década de los ´60. Gran pegador,
poseedor de un estilo valiente y agresivo, magnífico fajador, orgulloso...Un
auténtico toro que, pese a su estilo heterodoxo y a su poca técnica, siempre
daba la cara y nunca se daba por vencido confiando en que la fuerza de sus
puños enviaran a la lona a su rival.
Poco a
poco, y golpe a golpe, su prestigio no parará de crecer en todo al país. Así en
1965 tiene lugar un combate que quedará marcado con letras de oro en la
historia del boxeo argentino. Será el que enfrente a Óscar Bonavena contra el
máximo ídolo boxístico del país, Peralta. Bonavena, el aspirante que no quería perder su
oportunidad de hacerse ver, se dedicó a caldear el ambiente los días antes del
combate, insultando y desprestigiando al campeón. No es de extrañar que cuando
saltara al ring se llevase el mayor abucheo recibido por ningún púgil en la
historia del coliseo bonaerense, un Luna Park lleno a rebosar con más de 25.000
espectadores. Pero los gritos rápidamente se tornaron en aplausos cuando en el
segundo asalto se hizo con la victoria por K.O. técnico. Comenzaba a fraguarse
la leyenda del Ringo Bonavena.
Tras
alcanzar el éxito y el reconocimiento, pronto Argentina se le estaba quedando
pequeña. Así que después de ser sancionado en los Juegos Panamericanos por la
FAB y ser inhabilitado durante una
temporada para la práctica del deporte, decide cambiar de aires. El Ringo no se
piensa dos veces y, aconsejado por su entrenador, se traslada a la meca del
boxeo, EEUU.
A los United
viaja, como él mismo reconoció, en busca de fama y plata. Y vaya si lo logró. En la tierra de las oportunidades mejoró
su técnica y fue testigo privilegiado de la edad de oro que estaba viviendo el
boxeo. Llegó a disputar combates legendarios frente a leyendas como Floyd
Patterson, Muhammad Alí o Joe Frazier que tuvieron gran repercusión en su país
natal.
En su
combate por el título mundial de los pesados contra el mítico Alí, que paralizó
Argentina como sólo lo hacía la albiceleste, dio la cara derribando al ídolo
norteamericano y aguantando hasta el último asalto. Cayó con honores, pero por
lo menos se permitió el lujo de ridiculizar al mítico boxeador negro en la
previa. Durante la presentación retó a su rival llamándole gallina y
dirigiéndose a él como Clay, algo que no debió gustar mucho al Más Grande, pues
al convertirse al Islam había renunciado a su nombre de esclavo y desde
entonces nadie había osado dirigirse a él de tal modo
Frente a
esa mala bestia que era Joe Smokin´Frazier lo hizó igual de bien pues, pese a
no ganarle, logró derribarlo y nuevamente dio muestra de su coraje y pundonor.
Este
periplo por los EEUU lo convierte en un ídolo de masas en Argentina. Era el
menos ortodoxo, diestro y elegante de los púgiles argentinos, pero el más
popular. A su éxito deportivo hay que unir su personalidad: carismático,
ocurrente, bocazas, provocador… Un héroe salido del fango del barrio. Un
Maradona boxeador.
Un jodido porteño de casi 1,80 y 100 kg que percibió rápidamente
la creciente importancia que estaban tomando los mass media y la enorme
influencia que éstos ejercían sobre la sociedad. Así que no desaprovechó su
oportunidad de subirse al carro de la fama y pasar a formar parte de la
farándula argentina, entre la que se movía con absoluta naturalidad. No es de
extrañar que tras años de pobreza y
privaciones, con la llegada de la plata, empezara a desarrollar un gusto
irrefrenable por el lujo: una mansión, los coches más exclusivos, suites
en los mejores hoteles, relojes de marca, joyas y objetos de oro, una inmensa
colección de trajes a medida, puros habanos, los más caros perfumes…No se
privaba de nada.
Tristemente,
tras tocar el cielo del boxeo en su combate con Alí, Bonavena comienza un
descenso irrefrenable que le lleva a ser un trotamundos del cuadrilátero,
protagonizando peleas contra rivales de escasa entidad en casi cualquier lugar
del mundo. Así que visto que su carrera está sufriendo un preocupante
estancamiento decide cambiar de mánager. A partir de 1976 su carrera será
dirigida por Joe Conforte, un empresario de dudosa reputación, mejor dicho, un
gángster dedicado al negocio de la prostitución y los casinos que mantenía estrechos
contactos con miembros de la mafia de San Francisco y con la familia Bonano de
NY.
Resulta
bastante evidente que si haces tratos con mafiosos es muy probable que acabes
mal, pero el bueno de Ringo era demasiado inocente para que esto pasara por su
cabeza.
La tragedia
tardó muy poco en llamar a las puertas del ídolo argentino en forma de un turbio
asunto que mezcla negocios y líos de faldas, mal negocio cuando tratas con
mafiosos.
Tras una serie de
encontronazos con el propio Conforte y sus esbirros, Bonavena había sido
amenazado siéndole prohibida la entrada en los locales propiedad de su mánager.
Pero él no
pareció hacer mucho caso a las amenazas, así que decidió acudir al despacho de
Conforte para resolver personalmente sus desavenencias…Para matar a un búfalo
hace falta un rifle, y el Ringo cayó abatido a las puertas del Mustang Ranch,
prostíbulo de lujo propiedad de Conforte, por el plomo escupido desde un
Winchester de gran calibre. Fue acusado de homicidio Williars Ross Brymer, el guardaespaldas/matón
de su mánager. Aquel día, a la entrada de ese burdel de Reno moría un hombre y
nacía un mito.
A su
funeral, desoyendo el toque de queda de la dictadura, acudieron más de 100.000
personas que abarrotaron el legendario Luna Park de Buenos Aires, escenario de
algunos de sus mejores combates. Allí el Ringo se llevó su última ovación.
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