lunes, 23 de febrero de 2015

EL RINGO


Siempre me ha gustado el boxeo. Reconozco que es una actividad brutal y violenta, pero creo que se trata del deporte más épico y lírico que existe porque retrata como ningún otro la lucha por la vida, que no es más que abrirse camino a base de golpes y saber aguantar los que recibes sin que te derriben.
No es de extrañar que históricamente los boxeadores hayan pertenecidos a los estamentos menos privilegiados de la sociedad. Nadie está tan loco o tan desesperado para intentar alcanzar el éxito a base de dar y recibir palizas. Además, la historia del boxeo está llena de auténticos héroes, pero sobretodo de ilustres perdedores y no sólo en el ring, también en la vida. Hoy voy a contar la historia de uno de ellos, Óscar Natalio “Ringo” Bonavena.

Un 25 de septiembre de 1942 venía al mundo en una clínica del barrio de Boedo, en la ciudad de Buenos Aires, el tercer hijo del matrimonio formado por Dominga Grillo y Vicente Bonavena. Un chico que llevará por nombre Oscar Natalio. Con el tiempo se convertirá en uno de los deportistas más famosos del país y sin lugar a dudas, en el boxeador más querido y popular de la República Argentina.

Hijo de una familia de clase baja, el joven Óscar muy  pronto abandonará los estudios para ayudar a la economía familiar, dando comienzo a un periplo de buscavidas que le llevará a trabajar como repartidor de pizza, empleado de carnicería, picapedrero…Hasta que el boxeo se cruzó en su vida. De este modo, a la temprana edad de dieciséis años tenía claro iba a labrarse un nombre y un futuro gracias a la fuerza de sus puños. Tan mal desencaminado no debía andar el chico, porque un año después, en 1959, se proclama campeón amateur nacional de los pesos pesados defendiendo los colores del Club Huracán. El club de sus amores y del que llegará a ser ídolo indiscutible de la hinchada junto con el Loco Housseman.

A partir de este año su carrera es imparable, lo que le lleva a iniciarse como profesional (con derrota) en los inicios de la década de los ´60. Gran pegador, poseedor de un estilo valiente y agresivo, magnífico fajador, orgulloso...Un auténtico toro que, pese a su estilo heterodoxo y a su poca técnica, siempre daba la cara y nunca se daba por vencido confiando en que la fuerza de sus puños enviaran a la lona a su rival.
Poco a poco, y golpe a golpe, su prestigio no parará de crecer en todo al país. Así en 1965 tiene lugar un combate que quedará marcado con letras de oro en la historia del boxeo argentino. Será el que enfrente a Óscar Bonavena contra el máximo ídolo boxístico del país, Peralta.  Bonavena, el aspirante que no quería perder su oportunidad de hacerse ver, se dedicó a caldear el ambiente los días antes del combate, insultando y desprestigiando al campeón. No es de extrañar que cuando saltara al ring se llevase el mayor abucheo recibido por ningún púgil en la historia del coliseo bonaerense, un Luna Park lleno a rebosar con más de 25.000 espectadores. Pero los gritos rápidamente se tornaron en aplausos cuando en el segundo asalto se hizo con la victoria por K.O. técnico. Comenzaba a fraguarse la leyenda del Ringo Bonavena.
Tras alcanzar el éxito y el reconocimiento, pronto Argentina se le estaba quedando pequeña. Así que después de ser sancionado en los Juegos Panamericanos por la FAB y ser  inhabilitado durante una temporada para la práctica del deporte, decide cambiar de aires. El Ringo no se piensa dos veces y, aconsejado por su entrenador, se traslada a la meca del boxeo, EEUU.

A los United viaja, como él mismo reconoció, en busca de fama y plata. Y vaya si lo logró. En la tierra de las oportunidades mejoró su técnica y fue testigo privilegiado de la edad de oro que estaba viviendo el boxeo. Llegó a disputar combates legendarios frente a leyendas como Floyd Patterson, Muhammad Alí o Joe Frazier que tuvieron gran repercusión en su país natal.  

En su combate por el título mundial de los pesados contra el mítico Alí, que paralizó Argentina como sólo lo hacía la albiceleste, dio la cara derribando al ídolo norteamericano y aguantando hasta el último asalto. Cayó con honores, pero por lo menos se permitió el lujo de ridiculizar al mítico boxeador negro en la previa. Durante la presentación retó a su rival llamándole gallina y dirigiéndose a él como Clay, algo que no debió gustar mucho al Más Grande, pues al convertirse al Islam había renunciado a su nombre de esclavo y desde entonces nadie había osado dirigirse a él de tal modo
Frente a esa mala bestia que era Joe Smokin´Frazier lo hizó igual de bien pues, pese a no ganarle, logró derribarlo y nuevamente dio muestra de su coraje y pundonor. 

Este periplo por los EEUU lo convierte en un ídolo de masas en Argentina. Era el menos ortodoxo, diestro y elegante de los púgiles argentinos, pero el más popular. A su éxito deportivo hay que unir su personalidad: carismático, ocurrente, bocazas, provocador…   Un héroe salido del fango del barrio. Un Maradona boxeador. 
Un jodido porteño de casi 1,80 y 100 kg que percibió rápidamente la creciente importancia que estaban tomando los mass media y la enorme influencia que éstos ejercían sobre la sociedad. Así que no desaprovechó su oportunidad de subirse al carro de la fama y pasar a formar parte de la farándula argentina, entre la que se movía con absoluta naturalidad. No es de extrañar que tras años de pobreza y privaciones, con la llegada de la plata, empezara a desarrollar un gusto irrefrenable por el lujo: una mansión, los coches más exclusivos, suites en los mejores hoteles, relojes de marca, joyas y objetos de oro, una inmensa colección de trajes a medida, puros habanos, los más caros perfumes…No se privaba de nada.
Tristemente, tras tocar el cielo del boxeo en su combate con Alí, Bonavena comienza un descenso irrefrenable que le lleva a ser un trotamundos del cuadrilátero, protagonizando peleas contra rivales de escasa entidad en casi cualquier lugar del mundo. Así que visto que su carrera está sufriendo un preocupante estancamiento decide cambiar de mánager. A partir de 1976 su carrera será dirigida por Joe Conforte, un empresario de dudosa reputación, mejor dicho, un gángster dedicado al negocio de la prostitución y los casinos que mantenía estrechos contactos con miembros de la mafia de San Francisco y con la familia Bonano de NY. 
Resulta bastante evidente que si haces tratos con mafiosos es muy probable que acabes mal, pero el bueno de Ringo era demasiado inocente para que esto pasara por su cabeza.                       
La tragedia tardó muy poco en llamar a las puertas del ídolo argentino en forma de un turbio asunto que mezcla negocios y líos de faldas, mal negocio cuando tratas con mafiosos.            
Tras una serie de encontronazos con el propio Conforte y sus esbirros, Bonavena había sido amenazado siéndole prohibida la entrada en los locales propiedad de su mánager. 

Pero él no pareció hacer mucho caso a las amenazas, así que decidió acudir al despacho de Conforte para resolver personalmente sus desavenencias…Para matar a un búfalo hace falta un rifle, y el Ringo cayó abatido a las puertas del Mustang Ranch, prostíbulo de lujo propiedad de Conforte, por el plomo escupido desde un Winchester de gran calibre. Fue acusado de homicidio Williars Ross Brymer, el guardaespaldas/matón de su mánager. Aquel día, a la entrada de ese burdel de Reno moría un hombre y nacía un mito.

A su funeral, desoyendo el toque de queda de la dictadura, acudieron más de 100.000 personas que abarrotaron el legendario Luna Park de Buenos Aires, escenario de algunos de sus mejores combates. Allí el Ringo se llevó su última ovación.




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